miércoles, 24 de julio de 2013

#21

Y ella estaba en aquel rincón, rodeada por aquel halo de tristeza que tanto me llamaba la atención.
Quizá si me hubiera dado cuenta de que era una herida de tu alma, tal vez hubiera podido darme cuenta que te hacía daño. Tal vez no hubiera hurgado tanto dentro de ella.
—Julie, ¿cuándo vas a ir con David?
—No me espera hoy —tu voz se quebró. En ese silencio tan denso, solo roto por tus sollozos y resuellos, me di cuenta de que eras mucha más frágil de lo que querías aparentar y reflejar—. Ojalá esta noche alguien le caliente la cama.
Realmente sé que querías que nada de eso ocurriese y sé que sabías que la única que podías calentar su alma y acunar su corazón eras tú.
—¿Por qué no vas a verle?
—Porque no quiero verle, Rita —replicaste con voz rasgada, el resuello que molía tus sentimientos. Las lágrimas estaban a punto de huir de tus ojos pero tú no querías soltarlas.
—Deberías ser menos orgullosa con tus sentimientos —dije sin pensar pero segura de ello— o perderás tu felicidad como mujer.
—Tal vez no deba ser feliz, nunca, y más si David es el que debe hacerme feliz —de pronto llamaron a la puerta, abrí sin preguntar y en el quicio estaba David apoyado.
—Vengo a por Julie —dijo con una sonrisa falsa en los labios.
—No creo que quiera irse contigo —me apartó de la puerta y entró; observé la desesperación de su mirada. Era tan parecida a la que llenaba los ojos de Julie cuando hablaba de él, cuando le pensaba, cuando se sentía terriblemente sola.
—¡Julie!
—¡Déjame! —gritaste—. Déjame de una vez en paz.
Y tu voz volvió a quebrarse mientras unas lágrimas escaparon de sus ojos. Y era la soledad la que te hacía sentirte así, a pesar de estar yo contigo, aunque estuviera él.
—Julie —murmuré y me refugié en mi habitación. Me quedé tras la puerta mientras oí cómo discutíais, os gritabais y os echabais en cara muchas cosas; sin embargo me conmocionó lo que te dijo. ¿Cómo alguien puede ser tan frío contigo?
—Me voy a ir y no quiero dejarte sola. No quiero que vuelvas a tener esa soledad en el alma que siempre se pueden ver en tus ojos dorados. No quiero que te vuelvas tan frágil como yo.
—Pero no te das cuentas, o no quieres darte cuenta. ¿Aún no te has dado cuenta, David? —tu tono de voz se alzó bastante y me dio un poco de miedo—. Ya soy frágil. Cada día me siento más sola sin ti —oí el sonido de un cajón al abrirse y algo metálico que estaba siendo cogido—. Toma, mátame.
—¿Qué dices? —dijo con un tono asustado y sorprendido.
—Sin ti, es como si ya me hubieras matado —dijiste—. Dispárame y acaba con este sufrimiento porque ya soy frágil y sin ti no puedo dejar de serlo.
—Lo siento, voy a ser egoísta —replicó él. Después se hizo el silencio—. Quiero pedirte algo.
—Dime —respondiste, escuché el sonido metálico contra madera, así que me figuré que había dejado lo que fuera sobre la mesa del comedor.
—Quiero que te quedes aquí, esperándome, ámame en la distancia. Yo prometo venir a por ti.
—Nunca cumplirás tu promesa.
—Prometo complirla.
—Otra mentira —el tono de tu voz era muy triste y apenada. Lo peor es que ya sabías lo que iba a pasar pero aquí sigues esperando a que David vuelva.

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