martes, 9 de julio de 2013

#7

Layla siempre le mira. Da igual donde se pose su mirada, dos segundos después está sobre Tsumi, un japonés mestizo de ojos negros y pelo castaño claro.
—¿Seguro que no estás cansado?
—¿Cuántas veces me vas a preguntar eso? —responde él. Ella pone cara de enfado infantil y se cruza de brazos, siguiendo con sus andares. Los dos saben que está fingiendo, que ella solo quiere un  poco de su atención, que quiere que la hable—. Perdona.
Se acerca a ella y la abraza por detrás, depositando un beso en su nuca. La piel de Layla se eriza y ella se pone roja. Es la primera vez que él hace algo así.
—M-mira esto —Layla intenta cambiar de tema y que Tsumi no le mire los coloretes que se han enganchado a sus mejillas. Nunca le ha gustado mostrar debilidad por nadie y menos cuando sabe que él no va a corresponderla. Que la mima y la cuida sin razón aparente. Layla no sabe cuántas veces le ha rondado por la cabeza el porqué de su entusiasmo hacia ella. No es para nada guapa, ni sexy, ni siquiera tiene una personalidad muy para allá.
¿Por qué? ¿Por qué estará conmigo?
Le mira de reojo y, entonces, se fija en los zapatos que tiene delante.
—¡Qué preciosidad!
—¿Te gustan?
Asiente y le mira sonriente. Entra en la tienda, se acerca a la dependiente, le dice un par de cosas y sale con una bolsa de papel y una caja dentro.
—Toma.
—¿Por qué?
—Es lo que querías —se lo tiende y ella lo coge. Se agacha, saca la caja y los mira. Son tan bonitos y tan impropios de ella...
—Pero no hacía falta —le responde ella mientras se quita las deportivas y se pone los zapatos nuevos. Mete las deportivas y se levanta con sus Nana Rock Horsing—. Gracias, Tsumi.
La besa de improviso y ella, por la emoción, se le escapa la pregunta de su boca:
—¿Por qué te fijaste en mí?
—Porque eres adorable y tierna —mete mano por debajo de su jersey oscuro y toca su pecho, acariciándolo con fruición y ella se da cuenta de que siempre serán lo mismo; de que no debería amarle ni gustarle. Solo un par de cuerpos en una cama dándose placer. Le sonríe y finge que está bien.

Siempre acabo en su cama.
Se da media vuelta sobre sí misma, dándole la espalda a él. Él aprovecha para acariciar cada trozo de su piel, uniendo los lunares de su espalda con la punta del dedo índice. Sonriendo ante los pequeños espasmos que su piel cálida provocan en el cuerpo de ella. Le encanta que esté así de vulnerable con él.
Posiblemente jamás la ame pero le encanta verla allí, estirada para él; haciéndola el amor, que ella se ponga encima y verla disfrutar con cada movimiento. Posiblemente no tenga un cuerpo de infarto ni sea guapa pero siente que ella le da algo; no sabe qué pero algo le da.
—¿Te gusta?
—¿El qué?
—Que te acaricie la espalda.
—Me gusta que me mimes —se muerde el labio para no decir más gilipolleces. ¿Por qué soy tan estúpida? ¿Por qué creo que algún día me dará su corazón?
Pero sabe que su ex tenía razón: "El corazón siempre pide más. Es muy codicioso y, tarde o temprano, te pedirá más."
Le gustaría que ese muchacho no tuviera razón, que su corazón no pidiese nada más pero es que ella es así de idiota. Siempre se enamora de los que nunca le darán nada. Él se acerca a ella y ella nota su respiración moviendo sus cabellos; ella se vuelve y esconde la tristeza y las estupideces.
—Layla.
—¿Sí?
Besa sus labios con pasión mientras toquetea su entrepierna.
—Tengo ganas de más.
Y las ilusiones de su mente se vuelven a romper. Un estallido en su cabeza pero aguanta y se pone sobre él para seguir haciéndole disfrutar. Sube y baja mientras intenta que el tabique de sus lágrimas no se rompa. Sube la mirada al techo cuando siente que no puede aguantar las lágrimas y llora en silencio, simulando gemidos. Cuando no aguanta más mirando al gotelé, baja al lado de su cuello y deja que las lágrimas derramen la almohada.
—Me voy a correr.
Ella mantiene el tipo y se pone arriba, mirando al techo mientras se limpia las lágrimas.
—¿Te hago daño?
—No —miente; la erección de él no es lo que duele. El joven se acaba corriendo mientras ella cae sobre él, quitándose de encima y tirándose a un lado de la enorme cama. Tsumi le da un cachete en el culo y se lo muerde. Ella anima el rostro.
Habrá que aguantar, ¿no?

Los gemidos de placer se escapan de la habitación cerrada. Unos gemidos son falsos, otros verdaderos. Ella vuelve a echar la mirada hacia arriba. Escondiendo su dolor.
Pero todo cambia cuando él la vuelca y la mira a los ojos mientras está encima.
—¿Estás bien?
—¿A ti qué te parece? —dice ella mientras limpia las gotas saladas.
—¿Te he hecho daño? —le mira preocupado.
—No.
—¿Entonces?
—Nada —responde Layla con seguridad.
—Dímelo —besa su cuello con ternura.
Nunca vas a mirarme como quiero que me mires. Y hace tiempo que lo sé.
Cambia su posición y ella se pone encima. Se eleva y se levanta delante de las narices de Tsumi, que le mira sorprendido y sonríe ante su mirado confusa.
—Lo siento —dice ella riendo.
—¿Por qué? ¿De qué te ríes?
—¿Te acuerdas de lo que nos prometimos?
—Nada de ataduras —él se echa un mechón por detrás de la oreja y la mira, recomponiendo la cara—. Pero, ¿qué tiene que ver con lo que pasa ahora?
—No aguanto más —responde Layla, dejando que sus sentimientos fluyan hacia fuera de su corazón y estalla en un huracán de sentimientos que no serán correspondidos y ella lo sabe—. He aguantado meses enteros y no puedo más.
—¿Qué ocurre?
—Me he enamorado de ti —lanza a su cara, que le taladra con su profundidad—. Lo he hecho. Me he pillado, me he enamorado, siento mariposas en el estómago mientras estoy contigo —luego le mira y frunce el ceño—. Sé que tú no querrás nada conmigo porque es lo que haces con todas. Y conmigo menos porque no estoy buena, porque no soy guapa, porque no tengo una gran personalidad.
—Pero eres tierna y dulce, adorable y gentil, eres alegre y me animas.
—¿Cómo puedo animarte a ti si soy yo la que siempre se raya?
—Porque esto ya lo sabía. Se te nota en la cara —le dice sonriendo, con esa cara de bobo que a ella le encanta —, se te nota en los gestos, en la forma de besar. ¡En todo!
Layla siente ganas de gritar. Odia que se le note todo. Pero las ganas de gritar se le pasan y las lágrimas se quedan en sus ojos, haciendo de dique.
—¿Por qué?
Las limpia y besa los labios de ella, acariciando los mechones de su pelo.
—Siento no poder quererte como quisieras pero hace mucho que maté al amor dentro de mí y estos son los únicos restos que podría darte.
—Dámelos —Tsumi le mira con intensidad, sorprendido. Los ojos miel de ella le miran seguros y vivaces—. Aunque sean restos, dámelos.
—No sabes lo que dices Layla. No se... —ella le interrumpe con un beso y acaricia su pelo claro. Él no la separa, sabe que es demasiado cabezota; la muchacha profundiza en su beso y agarra su espalda con las uñas. Por fin, el muchacho la aleja de sí y la mira—. No puedo dejar que hagas esto. No puedes perderte mil cosas por mí. No voy a amarte ni voy a darte esos restos.
Ella baja la mirada y las lágrimas vuelven a fluir. Él tiene ganas de abrazarla, de hacerla olvidar esos sentimientos, abrazarla con fuerza y besar su frente. También desearía ser capaz de amar a alguien para no hacerla pasar por ese dolor.
—Lo siento, Layla.
—No importa —se limpia las lágrimas, se levanta de la cama y se viste—. Ya nos veremos.
—¿A dónde vas? —pregunta él mientras ve como sube sus braguitas de encaje negro y se pone el sujetador a juego. Algo en su entrepierna arde pero sabe que no debería hacerlo. No debería pensar en eso ahora mismo. No quiere hacerla más daño. Layla sigue poniéndose los vaqueros, la camiseta, las deportivas y la sudadera verde—. Layla, escúchame.
—No hace falta —sonríe con tristeza—. Todo es mi culpa. Tenías razón. No podía encariñarme contigo. Tú eres un hombre callejero. No le perteneces a ninguna mujer. Siento mucho tener que dejarte a medias —se vuelve a él—. Es hora de que te busques a otra.
Él abre los ojos sorprendido. Se queda paralizado ante su petición, incapaz de moverse al verla marchar por última vez. Ella cierra la puerta y le replica:
—Algún día te enamorarás de alguien. Espero que esa persona capaz de aceptarte porque sino me enfadaré mucho.
Vuelve a ser ella. La chica que le anima y le sonríe sin medidas.
—Hasta cuando me desenamore —exclama mientras da un portazo.
De pronto, se siente vacío y solo. Siente como si hubiera perdido un trozo importante de sí mismo.
Sé que no la amo pero...
Una parte de él quiere correr detrás de ella, detenerla y meterla en su cama de nuevo; que le sonría con su sonrisa desviada, de paletos separados y sus ojos sigan brillando como antorchas. Pero sabe que no puede hacer eso si no puede darle lo que ella pide.
Te voy a echar de menos Layla.

Layla recorre con la mirada la casa antes de marcharse. Recuerdos que para ella, posiblemente, sean los mejores pero sabe que entre esas paredes hay más que los recuerdos de ella.
—También están impregnadas de las otras —pero aún así no deja de sonreír ni por un segundo.
Recuerda cada mínimo recuerdo, abre la puerta y cierra de un portazo y se derrumba; se derrumba mientras espera a que suba el ascensor. Pega la espalda a la pared y se deja llevar por la gravedad. Cae derrumbada y comienza a llorar.
Llora porque va a echar de menos todo: las risas de él, el sabor de sus labios, las idioteces en su cuarto.
—Idiota, idiota, idiota.
El arrullo de sus propias lágrimas. Sentir que todo por lo que ha luchado le es imposible.

Dos años después, no sabe qué ha sido de él. Se pregunta si habrá conseguido ser feliz y enamorarse de alguien.
Bah, da igual.
Aparta esos pensamientos de ella. Y sonríe al próximo cliente.
—Buenas tardes —mira al desconocido—. ¿Tiene tarjeta de socio?
Coge el artículo y lo mira.
—Precioso libro —comenta cuando ve que el título es Orgullo y Prejuicio. El hombre no comenta nada, entrega la tarjeta de socio y ella le hace el descuento—. ¿Es para su mujer?
Vuelve a alzar la vista, sonriendo.
—No es para mi mujer, es para ti.
¿Cómo iba a reconocerle? Se ha cortado el pelo largo y rubio, sus ojos ya no tienen la oscuridad de antes. Layla abre la boca y le pide a una compañera que la sustituya dos minutos, sale con él fuera de la tienda.
—¿Qué haces por aquí?
—Regalarte algo.
—¿Por qué? —puede que verle le haya sido una grata sorpresa pero también le cabrea, le hace sentir que sigue unida a él y que podría caer en sus garras otra vez.
—Por todo. Nunca te regalé nada.
Coge el libro y lo ata a ella.
—¿Por fin te has enamorado?
—Por ahora no y mejor así —ella asiente—. Pero echo de menos cosas.
—¿Como qué?
—Como tú y yo disfrutando del placer de una cama.
—Creo que no voy a volver a eso.
—¿Por qué? ¿Acaso no lo disfrutabas?
A ella se le encienden las mejillas al recordar todas esas noches.
—No es por eso.
—¿Entonces?
—Que sigo queriéndote y siento ser egoísta pero no voy a volver a hacerme daño a mí misma.
Él la besa con cariño, ¿con amor?
—Vuelve cuanto antes porque te extraño.

3 comentarios:

  1. ¿Entonces?
    —Que sigo queriéndote y siento ser egoísta pero no voy a volver a hacerme daño a mí misma.
    Él la besa con cariño, ¿con amor?
    —Vuelve cuanto antes porque te extraño.
    P.1:De cuánto es un comentario?

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