jueves, 11 de julio de 2013

#8

Estoy sentada ante la playa. La arena me acaricia suavemente cuando muevo las piernas.
Las olas claras llegan mansas a la orilla, donde me lamen los dedos y las plantas de los pie, estiro una pierna y dejo que el agua me calme.
¿Dónde voy a encontrar mejor inspiración que en un lugar donde nadie me buscará? El móvil se ha quedado en casa, con Tyler Durden avisando de cada WhatsApp recibido.
Mi única conexión con el mundo humano es el mp3, que parece que está conectado con mi alma y pone las mejores canciones para mi estado de ánimo y, con el mundo en general, es el agua salada. Me levanto y murmuro:
—Ojalá pudiera meterme con el mp3. Sería fantástico sentir que el agua fluye  al ritmo que se escapan los graves.
Never Let Me Go
Never Let Me Go
Entonces dejo el mp3, me quito el short, la camiseta sin mangas, la ropa interior y lo dejo todo sobre las sandalias. Me pongo un momento los cascos y escucho un trozo de canción, me los quito y sigo cantando alto, muy alto.
And the crashes are Heaven, for a sinner released,
And the arms of the ocean,
Deliver me.

Me meto en el agua, todavía cantando; la piel se me pone de gallina. El agua está fría pero aguanto, disfrutando del frescor glacial a pesar de ser invierno, a pesar de los 12 grados que hacen.
Nado hasta que casi no alcanzo el fondo del mar, me tumbo bocarriba y dejo que las olas me mezcan. Y su imagen vuelve a mí.
Los recuerdos se emplean para no dejarme escapar.
Y la soledad vuelve sobre mi alma.
Quisiera que alguien, aunque solo fuera una persona, viniera a buscarme a este lugar perdido de la mano de Dios y me hiciese sentir que soy necesaria para esa persona. Quisiera que me hicieran sentir una persona imprescindible en el mundo.
—Pero no lo soy —cojo aire, me meto bajo el agua y, finalmente, me agarro a algo pesado. Sin soltarme. Dejo que el aire se escape de mis pulmones y...
—Se acabó —noto como mi cuerpo pide aire pero no se lo concedo.

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