martes, 16 de julio de 2013

#13

Es Navidad y las tiendas cierran. Las casas se llenan de familiares y los bares de solteros en busca de alguien quien les acompañe por Navidad.
Entonces se acerca uno a mí.
—Buenas noches, preciosa.
No, yo no soy preciosa y si crees que con ese argumento va a hacer que me predisponga a ti, lo llevas claro, muchachillo. Le miro de reojo y lanzo una risotada.
—Venga. Puerta, niñato de mamá —hago un par de movimientos con la mano para que se aleje.
—¿Niñato de mamá?
—Por supuesto —sonrío de forma lobuna. Le evalúo de arriba abajo—. Solo hay que ver tus pintas. Una camisa, unos pantalones diplomáticos y unos zapatos encerados —doy un sorbo de mi whisky—. Por tus pintas, no tendrás más de veinte. Así que, puerta. Ve a buscar entre las de tu edad.
—¿Y se puede saber por qué me tachas rápido de tu lista?
—Porque eres un niñato.
—Bueno. Tengo 18 años pero —se aclara la garganta—, eso no tiene que ver con lo que nos ocupa.
—Claro que no, jovenzuelo.
Miro hacia la esquina y veo a un grupo de chicas de su edad y las señalo con la barbilla.
—Allí tienes a tus fans.
—Pero tú eres una pieza más difícil —dijo con una sonrisa picarona.
—Claro, como soy mayor...
—¿Eso qué tiene que ver con lo que hablamos?
—Está claro —tomo el último sorbito de whisky y pido otro vaso de whisky y un chupito de tequila—. Por lo visto te crees superior a ellas porque... —sopeso las habilidades que él podría poseer—. Te crees más maduro que ellas. O porque crees que ellas no pueden ser tan buenas amantes como una mujer mayor.
—Seguro que no eres tan mayor.
El camarero sirve el chupito y deja la sal en la barra.
—Gracias —le lanzo un beso con la mano. El camarero solo menea la cabeza. Cojo la pequeña copa, me pongo la sal en el lateral de la mano y le pregunto—: A ver, dime. ¿Cuál es la razón por la que estés aquí, intentando ligar con una chica de 22 años con exceso de peso?
Nada más terminar tomo el vasito y echo su contenido en mi boca, escuece pero aguanto, lamo la sal de la mano y me meto el limón en la boca.
—Sencillamente me has llamado la atención.
—Venga ya —sonrío—. A mí no me vengas con esas; conozco a los de tu calaña. Hoy tu cama no estará adornada por mí.
—¡Oh, venga! —me mira y se pone serio—. Te crees que porque tienes más años que yo y que chicos de mi edad te han hecho eso...
—Realmente jamás me he acostado con un enano —digo mordaz y sonriente. Su cara se transforma en una mueca de malhumor. Y se aleja—. Menos mal, esto ya me saca de mis casillas.
Agarro el vaso de fondo ancho y bebo de un trago su líquido.
Creo que es hora de retirarse a casa.
Poso dos billetes azules de veinte euros y salgo del local. Tropiezo en el primer escalón, me levanto y ando como si nada me pasase aunque los tacones me maten, y sienta que el vestido hace que la gente me mire. De pronto, alguien me toma el brazo por detrás y me gira.
—Te he visto caer y...
—Y venías de héroe.
—Deja de atacarme. No me conoces.
Quizá tuviera razón. Total, los hombres me hacen daño aposta y él no puede, no por ahora. Mejor ser cauta y morderme la lengua antes de soltar algo que no me guste o que pueda ser usado en mi contra.
—No te preocupes —comento—. Conseguiré llegar a casa.
—Te acompaño.
—¿Y tus colegas?
—Que se aguanten un día sin mí.
De pronto, siento que él es mi caballero Darcy y que va a ayudarme en todo. Idiota de mí.

Llegamos a mi apartamento y, aunque por el camino no habíamos hablado, que esté en mi apartamento, los dos solos.
—Perdona. No esperaba que nadie viniese.
Al cerrar la puerta, se abalanza sobre mí y me besa. Recorre mi cuerpo con sus jóvenes manos, abriendo la cremallera del vestido, quitándomelo con ansia, dejándome con los ligueros y el tanga. Lo único que hago es  tapármelos con uno de los brazos.
Se acerca a mí, descamisándose y quitándose esos zapatos de marca y encerados.
—Te vas a enterar de lo que vale un niñato.
Me tumba sobre la cama, me quita lo que me queda de ropa y, antes de que pueda hacer nada, le tengo lamiendo mi entrepierna mientras un calor crece dentro de mi coño. El deseo se apodera de mí y me hace gemir. Entonces, él sube la intensidad de sus lametones mientras yo subo el volumen de mi placer hasta que llego al éxtasis.
—Y aquí no se ha acabado.
Miro al techo mientras siento el cansancio del cuerpo. Hacía tanto tiempo que no tenía un orgasmo que este ha sido como morir y resucitar. De repente, noto algo que se introduce en mí. Es caliente, alargado. Él me embiste mientras el cansancio se va marchando.
—Sácala un momento y ahora mismo la metes —me acerco al cabecero de la cama y me tumbo de nuevo. Noto como se acerca a mí y vuelve a introducirla en mi húmedo agujero, clavo las uñas en su espalda y siento como me voy humedeciendo con cada embestida de su erección.
—¿Qué te parece lo que hace un niñato?
—Calla y sigue.
El chico responde con una sonrisa y sigue penetrándome; yo noto como su polla se endurece cada vez más hasta que, como yo, está a punto de correrse.
—No me he puesto condón.
—No te preocupes. Tomo la píldora —jadeo. Y noto su última embestida hasta que su leche  caliente se extiende dentro de mí y un hormigueo cruza mi espina dorsal.
Se tumba a mi lado.
—Ha estado fabuloso.
—¿Incluso para un criajo? —bromea.
—Seguramente —contesto sonriente—. Ahora deberías irte.
—¿Por qué?
—Antes de que te coja cariño.
Me mira y sonríe.
—¿Y perderme el de buenos días?

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