viernes, 19 de julio de 2013

#16

«Si te mirara y mis ojos te mirasen fijamente a los tuyos, clavándose en tu pupila, ¿crees que sabrías decirme qué mensaje intento mandarte?
Creo que no. Tú no sabes de sentimientos, eres un hombre que tiene el corazón de hielo. Tiras y empujas de mí, pides lo mejor pero tú no me das ni un trocito de ti. ¿Crees que podré sobrevivir a este ritmo tan agitado? ¿A estos cambios  bruscos en los que me haces embarcarme? Esos giros de personalidad que no gustan a nadie.
Déjame o háblame de lo qué te pasa por la cabeza cuando estás aquí, conmigo. Deja de esconderte tras palabras bonitas que no explican nada. Quiero saber lo qué no me cuentas, qué piensas en esos planes que no tienen su objetivo en mí. Respóndeme.»

—¿Y esto? —me giro calmada y le veo con el cuaderno en la mano.
—¿Qué haces con mi diario, Julio? —me levanto de la silla giratoria y se lo quito de entre las manos. Llevándolo hacia mi pecho, escondiéndolo a pesar de que sé que lo ha leído.
—¿Esto es por mí?
—¿Qué crees? —pregunto, metiendo el diario en un cajón.
—Que no.
—Entonces, es que no sabes darte cuenta —espeto mientras guardo mi tristeza dentro de mí.
—Igual no me quiero dar cuenta —responde, frío como el hielo. Su frialdad me ataca directamente a mis sentimintos. Coges tu chaqueta y te marchas, dando un portazo aún sabiendo que mis padres están ahí. Salen y me miran, yo sólo puedo responder con encogerme de hombros.

Son las once de la noche, me saludas por MSN y yo lo hago pero dentro de mí, has clavado una esquirla de duda...
—¿Qué escondes, Julio?
—Te lo diré cuando te vea, castaña pilonga.
—Cuéntamelo ahora.
—Miriam, joder, que me da vergüenza.
—Así que andan por ahí tus amigos, ¿no?
—Van a venir —tu respuesta hace que la esquirla se convierta en semilla y germine dentro de mí.
—Claro —una semilla que siembra en mí la desconfianza—. Y yo me jodo sola en casa mientras tú haces lo que sea con ellos. No te avergüenzas cuando me meto en tu cama y gimo, ni cuando me besas después de un polvo.
—Pero eso es intimidad.
—Entonces, ya sé qué escondes, te avergüenza estar conmigo porque yo no estoy como la novia de Álex o la de Yago. Quisieras que te dijera que siento no estar como ellas pero no lo voy a hacer.
—Eso no es verdad. No me importa nada de eso.
—Ya. te crees que soy ciega. ¿Acaso crees que no veo cómo disfrutas estando con ellas?
—Lo siento, ¿vale?
—No, no vale. Lo siento, no podemos seguir así. No lo aguanto.
—¿Me vas a dejar?
—Claro. Es lo único que puedo hacer para salvarme a mí misma.
Pensaba que tú eras distinto pero ahora lo veo todo claro, como el agua. Yo no te necesito, tú a mí sí.
—¡Eres una egoísta!
—¡Tú lo eres más! Quieres que sea como Carlota o Alba
—Yo no he dicho eso.
—No hace falta que lo digas —unas lágrimas recorren mis mejillas—. No hace falta que lo digas con la boca.
Cierro el ordenador y me evado de la realidad en mi habitación; acaricio mis peluches y pienso que quizá sea yo quién cometa todos los errores.

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