lunes, 14 de mayo de 2018

#35

Me encontraba escondida en el baño, no podía dejar de sentir la palpitación de las sienes. Un pinchazo que recorría todo el cráneo y sólo podía masajearme con delicadeza para intentar minimizarlo.
Estaba dolorida y enfadada por cómo se comportaba conmigo. ¿Es que había hecho algo y no lo sabía? ¿Por qué no lo hablaba conmigo de cara? No lo comprendía. Aunque eso era lo que más me llamaba más la atención de él, era un jodido enigma y yo quería abrir la caja de Pandora.
Oí la puerta abrirse, lo que hizo que me agachase más en el retrete en el que me había escondido para poder desahogarme a gusto, aunque luego pensé que sería mi superiora, buscándome para que continuase con mi trabajo así que me puse en pie para enfrentarme a lo que me tocase. Alcé la mirada pero sólo pude ver el marrón leonado que tenían sus irises tras las gafas de pasta.
—¿Qué haces aquí? —alcé las cejas, confusa.
¿Por qué mi corazón latía tan deprisa? Podía notar que la sangre se arrebolaba en mis mejillas, tiñéndolas de un rojo intenso. ¿Por qué seguía sintiendo esas cosas por él? Me había rechazado de varias veces de tantas maneras como para aguantar que lo hiciese de nuevo, no tenía la cabeza para aceptarlo como una adulta.
No respondió a mi pregunta. Se acercó en dos pasos y mis piernas empezaron a temblar, flaqueando. De nuevo, allí estaba ese poder que tenía conmigo.
—No te acerques más. ¡Por favor!
Pero mi petición no pareció afectarle de ninguna manera y no se detuvo. Tan pronto como estuvo a mi altura, se detuvo, frente a mí. Otra vez la misma situación que me paralizaba pero no quitaba mis ojos de él, estaba tan hipnotizada por sus leoninos ojos... ¡Un misterio impenetrable!
Me agarró de las muñecas, a pesar de que sabía que no pondría resistencia de ningún tipo y me besó. Un beso cargado de algo que me sorprendió: un beso dulce, sin sensualidad, sin química. Sólo sus labios contra los míos y una emoción que crecía dentro de mí, cálida y excelsa. Al parecer, como no opuse resistencia, él me soltó.
Hundí mis dedos finos en su pelo corto oscuro y le pasé el otro brazo por detrás del cuello ansiosa porque el beso no se rompiese, no quería dejar de sentir todo aquello que me inundaba; quería sacarlo todo, no quería quedarme con los sentimientos dentro de mí, que todo se desbordase.
Me iba a hacer daño. Ya lo sabía. Pero no podía dejar que se escapase y dejar el hueco que él estaba llenando, vacío de nuevo.
Sabía que no iba a apostar por mí, yo sólo era una niña estúpida, pequeña e inmadura a su lado y estaba segura de que él no quería nadie así a su lado.
Mientras plasmo esto sobre este papel, me duele el pecho. Algo se agarrota y se destruye en mi interior pero que se volverá a expandir en cuanto mis recuerdos traigan su sonrisa de nuevo ante mí. También pienso en lo mucho que me hubiese gustado que hubiese apostado todo por mí. Incluso me hubiera dado por satisfecha con un «me gustas», no me hubiera importado que no me hubiese elegido. Me duele mucho más pensar que todo fue un juego estúpido.