lunes, 25 de mayo de 2020

Capítulo 161

Buenos días, amiwis.

¡A Madrid ha llegado la desescalada!

Aunque seamos sinceros, aquí no se ha hecho la cuarentena como se debía y ya no digamos que ahora, con eso de que hemos llegado a la fase 1, mucha gente se va a pasar por el forro de los huevos ciertas normas. Aunque, qué puedo decir yo si he sido la primera que no he cumplido pero es que ya no podía más.

Ya este fin de semana me he escapado de casa para conocer a alguien. Un cachorrete tierno, chinchoso y al que tiro de la lengua más de lo que debiera.

Le conocí hace un mes y pico mientras jugaba con Miya al DBD. Empezamos a hablar de cosas sexuales cuando él dijo que no había mujer que le hubiera satisfecho sexualmente, le dije que eso era porque no había conocido a una buena tía que le pusiese la polla de vuelta y media. Él empezó a decir que se lo demostrase yo, que tanto aires me daba; le dije que yo era demasiada mujer para él, un yogurín de 25 años, un enano, un bebé. Seguimos pinchándonos hasta que nos fuimos a la cama.

También estuve cuando le dio un bajón. Le estuve escuchando, sentí su dolor y me puse de enfermera a poner tiritas, echar betadine y gasas a las partes más destrozadas. No recuerdo porqué estaba mal, sólo sé que no se merecía estar así. ¡Cómo me gustan las personas muy rotas!

Ahí fue cuando me soltó que le gustaba. Por supuesto, yo subí las defensas enseguida. Había prometido no volver a enamorarme nunca más y no quería hacerlo; había estado sufriendo durante mucho tiempo por culpa del pezqueñín. Así que, utilicé la primera línea de defensa: el desmontar todo lo que dijera de que le gustaba: decir que era mentira, que dejase las bromas... Todo lo que tenía en mi poder para evitar que él sintiese nada por mí.

Pero, como en una novela de Jane Austen, eso no hizo nada sino dar leña a su aprecio que fue subiendo de nivel y mandando más tropas en contra de mis defensas; pero, salvo asedio, mis muros se mantenían inquebrantables. Era una lucha encarnizada por a ver quién se rendía antes. El asedio a mi corazón de muros impenetrables.

La verdad, es que todo se reducía a él diciéndome que le gustaba mucho y yo negando tales afirmaciones.

El punto de no retorno fue cuando empezamos a dormir juntos. Y sí, juntos pero no revueltos. Él en su casa, yo en la mía, vía teléfono. Todo lo que me daba si mi cuerpo no estaba muy cansado. Ahora, debo reconocer que duermo mejor cuando está al otro lado.

Y el sábado me escapé. Porque con los de la capital, cualquiera se cree que la fase 1 va a durar mucho. Esa era nuestra excusa.

El sábado me escapé a Móstoles y, aunque ya había visto su cara por fotos y por un vídeo (él sonriendo tiene un je ne sais pas que hace que le hace ser más guapo). Todo fue nervios porque no quería que me pillasen los guardias y quedarme con las ganas así que iba mirando por todos lados por si acaso pasaba. Pero no pasó. Llegué a mi destino demasiado fácil porque, además, allí suspendí una de las veces mi carnet de conducir. ¡Ya le vale vivir en una calle tan mala!

Cuando le vi, sentí que no había nada que hacer, que los muros habían resistido el ataque y que ya no podía sentir nada de nada. No hubo mariposas ni hubo todos esos signos que salen en las películas. Quise llorar pero no me dejé. ¿Cómo podía ser que, a pesar de echarle de menos cuando no hablábamos por teléfono al irme a dormir, no sintiese nada al verle? Y fumé. Exactamente dos cigarros seguidos pero no volví a necesitarlos, sólo gasté mi último cartucho cuando nos sentamos y porque me apetecía, no por nervios ni por ansiedad. Gracias a que él no invadió mi espacio, se portó normal y gracias a Miya que también disipó bastante el ambiente.

Luego nos fuimos a una plazuela cerca de su casa, donde comimos unas patatas y unos refrescos. Empecé a acercarme, prácticamente sin darme cuenta, ya tenía las piernas sobre las suyas; estaba chinchándome y yo mordiéndole el cuello. ¡Está muy rico, por cierto!

Y seguí mordiéndole hasta que encontré su punto débil. ¡Jé! Menuda hacha soy. Le mordí y se puso tontorrón, seguí mordiéndole y acabé por ponerle cachondo; ¡y con lo que me gusta a mí jugar! Y por supuesto, todo el partido hasta el final. La noche nos cogió, sentados en ese banco, bebiendo y poniéndole cachondo hasta que fue la hora de separarnos. Sentía que el tiempo había pasado demasiado rápido, que necesitábamos más horas del día; siempre nos pasa lo mismo, que nos faltan horas. Me eché a llorar cuando me abrazó y no pude evitar decirle que sentía no haberme enamorado de él, que no le hubiese tocado el premio que él quería y me besó por segunda vez. Me gustó, ¿para qué negarlo? Yo le devolví otro y sentí calma y paz.

Quiero enamorarme de él.

Y él seguirá a pico y pala para que eso ocurra.

¡Ahora me gusta más!

Ahora no me apetece esperar a dentro de dos semanas para volver a verle.

¿Será que a mí también me están saliendo grietas en los muros?