miércoles, 24 de julio de 2013

#21

Y ella estaba en aquel rincón, rodeada por aquel halo de tristeza que tanto me llamaba la atención.
Quizá si me hubiera dado cuenta de que era una herida de tu alma, tal vez hubiera podido darme cuenta que te hacía daño. Tal vez no hubiera hurgado tanto dentro de ella.
—Julie, ¿cuándo vas a ir con David?
—No me espera hoy —tu voz se quebró. En ese silencio tan denso, solo roto por tus sollozos y resuellos, me di cuenta de que eras mucha más frágil de lo que querías aparentar y reflejar—. Ojalá esta noche alguien le caliente la cama.
Realmente sé que querías que nada de eso ocurriese y sé que sabías que la única que podías calentar su alma y acunar su corazón eras tú.
—¿Por qué no vas a verle?
—Porque no quiero verle, Rita —replicaste con voz rasgada, el resuello que molía tus sentimientos. Las lágrimas estaban a punto de huir de tus ojos pero tú no querías soltarlas.
—Deberías ser menos orgullosa con tus sentimientos —dije sin pensar pero segura de ello— o perderás tu felicidad como mujer.
—Tal vez no deba ser feliz, nunca, y más si David es el que debe hacerme feliz —de pronto llamaron a la puerta, abrí sin preguntar y en el quicio estaba David apoyado.
—Vengo a por Julie —dijo con una sonrisa falsa en los labios.
—No creo que quiera irse contigo —me apartó de la puerta y entró; observé la desesperación de su mirada. Era tan parecida a la que llenaba los ojos de Julie cuando hablaba de él, cuando le pensaba, cuando se sentía terriblemente sola.
—¡Julie!
—¡Déjame! —gritaste—. Déjame de una vez en paz.
Y tu voz volvió a quebrarse mientras unas lágrimas escaparon de sus ojos. Y era la soledad la que te hacía sentirte así, a pesar de estar yo contigo, aunque estuviera él.
—Julie —murmuré y me refugié en mi habitación. Me quedé tras la puerta mientras oí cómo discutíais, os gritabais y os echabais en cara muchas cosas; sin embargo me conmocionó lo que te dijo. ¿Cómo alguien puede ser tan frío contigo?
—Me voy a ir y no quiero dejarte sola. No quiero que vuelvas a tener esa soledad en el alma que siempre se pueden ver en tus ojos dorados. No quiero que te vuelvas tan frágil como yo.
—Pero no te das cuentas, o no quieres darte cuenta. ¿Aún no te has dado cuenta, David? —tu tono de voz se alzó bastante y me dio un poco de miedo—. Ya soy frágil. Cada día me siento más sola sin ti —oí el sonido de un cajón al abrirse y algo metálico que estaba siendo cogido—. Toma, mátame.
—¿Qué dices? —dijo con un tono asustado y sorprendido.
—Sin ti, es como si ya me hubieras matado —dijiste—. Dispárame y acaba con este sufrimiento porque ya soy frágil y sin ti no puedo dejar de serlo.
—Lo siento, voy a ser egoísta —replicó él. Después se hizo el silencio—. Quiero pedirte algo.
—Dime —respondiste, escuché el sonido metálico contra madera, así que me figuré que había dejado lo que fuera sobre la mesa del comedor.
—Quiero que te quedes aquí, esperándome, ámame en la distancia. Yo prometo venir a por ti.
—Nunca cumplirás tu promesa.
—Prometo complirla.
—Otra mentira —el tono de tu voz era muy triste y apenada. Lo peor es que ya sabías lo que iba a pasar pero aquí sigues esperando a que David vuelva.

martes, 23 de julio de 2013

#20

Estoy en la parada del autobús, totalmente preparada para su viaje a Madrid. Pronto abandonaría aquel pueblo perdido donde he vivido toda la vida pero necesito huir. A mi lado, una pequeña maleta de color mandarina gastado, un poco abollada y unos cuantos golpes más.
Me siento en uno de los asientos de plástico duro, azul oscuro; soñando, pensando y liberando mi mente mientras espero a aquel autobús que me llevará lejos de aquí.

Pero, divagando, recuerdo qué es lo que me hace huir de aquella manera tan precipitada y tan apresurada.
—Fede, ven un momento —la idiota de Sara llamaba al chico más guapo de la clase. Además, en plena fiesta de final de curso. Acabábamos de graduarnos en el bachiller y yo había escogido una universidad cerca de casa para volver siempre que pudiera. Sara, con su voz de terciopelo barato, su pelo rubio platino y aquel vestido ceñido, escotado y de color rojo, todo conjuntado con unos taconazos altísimos y de aguja. Ella y su esplendorosa y exuberante belleza. Yo no podía competir contra alguien tan maravillosamente parecida a una estrella del pop estadounidense; y si le había llamado era porque quería salir con él en el verano y él le diría que sí. ¿Quién le diría que no?
La escena me la sabía de memoria porque siempre era la misma desde que Sara había comenzado a salir con chicos.
Fede la miró y la sonrió, le hizo una señal de que hablarían después y a mí se me cayó el alma a pedazos; sin embargo aguanté la compostura y me obligué a quedarme hasta el final de la fiesta sin llorar, sin derramar una gota de agua. Me acerqué a Sara:
—¿Vas a salir con Fede?
—Claro —dijo encogiéndose de hombros—. Es muy guapo y alguien como yo se merece un novio guapo —apreté los puños para no cogerla de los pelos y arrancarle mechones de pelo con las manos.
—Pero estabas saliendo con Carlos.
—Ya —hizo un mohín de indiferencia. ¿O era de asco?—. Pero Carlos comenzó a engordar y ya no me molaba nada salir con él —no sé por qué pero me sorprendí de su respuesta, abriendo la boca sin querer. Además de facilona, coqueta y estúpida, era superficial. Antes me caía mal pero entonces aún más.
Cuando el reloj tocó las doce de la media noche, Sara tomó la mano de Fede y se le llevó a un cuarto aparte y, en ese mismo instante, yo estaba saliendo por la puerta.
A la mañana siguiente, abordé a mi madre.
—Mamá —comencé mientras desayunábamos—, quiero ir a estudiar a la Universidad Autónoma de Madrid.
—¿Y por qué a Madrid? —dejó su café sin tocar y me miró fijamente—. ¿No habíamos quedado en la Universidad de Salamanca?
—Mamá, es mi futuro. Quiero ir a una buena universidad para poder trabajar en un mañana.
—Vale —dijo con un tono un tanto triste. Recogió el plato de tostadas y la taza de café—. ¿Tendré que ir contigo?
—No —terminé mi colacao—. Ya buscaré yo sola piso o residencia y demás —me levanté y fregué los cacharros que había en la pila. Empecé a empacar y empaquetar cosas. Solo lo imprescindible.
—Por cierto, cielo, tienes que hacer la matrícula.
Se me había olvidado por completo aquel pequeño obstáculo. Terminé de meter camisetas y jerséis, busqué por internet cómo hacer la matrícula y entregarla.

Y aquí estoy, esperando a un autobús que me llevará lejos de mi familia, de mi hogar, de esta mierda de pueblo y de la parejita.
Cuando el autobús empieza a acercarse yo me levanto de los asientos duros que me han dejado el culo hecho un cristo. Voy a coger mi maleta cuando alguien grita.
—Espérame; voy contigo.
—Tú estás con Sara —le grito enfurecida—. Déjame en paz.
—Espérame; quiero ir contigo —esa frase me hace girarme hacia él y verle con una maleta plateada, bajando corriendo por la cuesta que lleva hacia la parada. Se para a mi lado mientras yo paro el autobús y susurra en mi oído—. Te quiero.

lunes, 22 de julio de 2013

#19

—Julietta, ¿otra vez? —dijo él, mirando todos los trozos de revistas sobre el sofá del salón. Ella, como siempre que discutían, había huido al baño y se había encerrado allí.
Una voz, al otro lado de la puerta, le respondió con un tono un tanto disgustado.
—¿Y qué quieres, Rodrigo? —tartamudeo un poco—. Veo sus cuerpos perfectos y me hace sentir mal —entonces, Rodrigo estaba limpiando y recogiendo—. Sé que te gustaría tener a alguien como ellas en tu vida.
El dolor pudo con ella y, a la falta de respuesta de él, oyéndole limpiar, cogió una cuchilla escondida entre sus cosas de aseo y se rajó el brazo, como tantas veces había hecho al estar de bajón. Ni ella misma sabía porque se rajaba pero le agradaba la sensación.
Pero esta vez, Rodrigo había recogido pronto y había estado forcejeando un poco con la cerradura para abrirla y, cuando entró, se encontró el brazo sangrante de Julietta. Cogió una toalla y la aplastó contra las heridas para que terminara la hemorragia.
—Pero, ¡¿qué haces?!
—Morir un poco más rápido —le sonrió para que no tuviera miedo, para que se diera cuenta de que, realmente, no iba a morir.
—¿Por qué?
—Porque aborrezco cada parte de mi cuerpo —contestó ella, dejando caer la cuchilla dentro del neceser donde estaba escondida siempre—. Me aborrezco a mí misma.
—¿Y si te pidiera que no lo volvieras a hacer? Aunque sea solo por el cariño que me tengas...
—Tú como todos —explotó ella, hecha una verdadera furia—. Queréis que deje de hacer lo que me hace sentir bien y siempre con la misma excusa: “Por el cariño”; “Porque somos amigas”; “Porque te quiero”. ¡¿Acaso no os dais cuenta de que no pasa nada?! Está todo controlado.
—Mira, me preocupa que hagas eso porque te quiero; te quiero un montón —la miró fijamente y siguió—. Más de lo que te imaginas.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Porque me gustas, me gustas mucho —él se sentó junto a ella—. Y me gustaría no verte así. No... No quiero sentir que puedo perderte a cada minuto del día.
Entonces ella le besó.
—Solo te digo una cosa —dijo, rompiendo el beso—: no puedes enamorarte de una suicida. Nunca sabes cuando le va a dar el ataque.

domingo, 21 de julio de 2013

#18

Estábamos tan bien. Todavía sigo sin entender por qué se fue.
Llegué de la universidad cansado pero advertí que sus cosas no estaban desperdigadas por la habitación, el escritorio del siglo XVIII, con la madera tan hecha polvo que podría resquebrajarse en cualquier momento, no estaba su diario ni el papel para cartas. Lo único que llenaba la habitación eran los regalos que le hice en su día.
Aún recuerdo el día en que la conocí. Ella iba a ser mi compañera en aquel piso de dos habitaciones, cocina estrecha con barra americana y pequeño salón que estaba lleno por un sofá a rayas de color beige, un sillón a juego y una tele de 40 pulgadas. El casero me enseñó la que sería mi habitación durante dos años y me llevó al salón para darme una copia de las llaves. La televisión estaba encendida y en el sofá había una chica sentada, fumando.
Pero, ¿qué ye ha hecho ya?
—Ella es tu compañera —me informó el casero y se marchó, dejándome con la desconocida y las llaves con un llavero cutre del Caja Madrid.
—Hola —me acerqué a ella y extendí el brazo—. Soy Eric.
Ella no pestañeó, sus ojos marrones y acuosos ni siquiera apartaron la mirada del programa que estaba viendo.
—Yo soy Erika —respondió indiferente—. Ahora deja de molestar, ¿no ves que estoy viendo la tele?
Me sentó bastante mal que su saludo fuese así, por ello pasaba el mayor tiempo posible fuera del piso, aparte de que ella tenía un chico al que invitaba todas las noches.
Con el paso de los meses, dejó de molestarme. Sabía qué días podía entrar sin miedo a casa y cuales oiría la algarabia que formaban cuando follaban.
No hacíamos nada juntos y eso, a veces, me sentaba fatal porque yo solía tener una vida familiar, no muy plena pero sí sentarnos juntos a la mesa y comentar las cosas. Vivir con ella era vivir con soledad.
Casi medio año después, el chico dejó de venir a casa.
Un día, que me levanté tarde y tenía examen, se me plantó delante de mí y me dijo:
—Perdona que haya estado tan fría estos meses —se agarró el brazo, nerviosa—. No llevaba muy bien la relación con mi chico y...
—Pues no lo parecía —estaba de mal humor y lo que menos quería era pararme a hablar de ella, una mujer que había pasado de mí completamente durante casi seis meses.
—Pues así era —me miró fijamente con los acuosos ojos térreos—. El sexo estaba muy bien pero la pareja en sí se iba al traste.
—Mira, Erika, tengo un examen y ya llego bastante tarde.
—Bueno, perdona... —su voz se desgarró en un pequeño gemido que me hizo darme cuenta de que no estaba bien. Le alcé la barbilla.
—Perdona es que llego tarde y...
—Sí, debes marcharte —pero ya no podía marcharme. Entre que era pequeñita, esas trenzas cortas, negras y los ojos aún más acuosos, veía una niña desválida y que necesitaba que la cuidasen. Pero cuando yo me había tranquilizado, ella me dejó marchar.
Me pasé la mayor parte del examen pensando en cómo compensar lo que había hecho a Erika pero también me centré en la hoja que tenía delante. No podía defraudar a mis padre que esperaban que algún día yo fuera odontólogo.
Cuando llegué a casa, ella estaba en el sillón con un jersey gris perla que le dejaba el hombro al descubierto, de espaldas; me acerqué a ella para disculparme pero dormía, aunque se le notaba que había llorado. Entonces me fijé que lo que tenía en la nuca: unas alas de ángel. Las toqué porque me parecían tan reales que podría decirse que ella era un ángel.
—¿Qué haces? —preguntó somnolienta, mirándome desde el sillón, ladeando su cabeza.
—Tocar tus alas —se volvió del todo, se apoyó en el respaldo del sofá y, después de unos minutos así, me sonrío y me besó. La miré, totalmente estupefacto.
—Nadie antes había tocado mis alas —me comentó con una sonrisa entre los labios. Entonces, no sé qué sentí sin embargo me acerqué y la volví a besar. Ella me correspondió, pasando sus manos por mi nuca, acariciando los mechones que se peleaban por querer estar entre sus dedos. Bajó una de las manos desde la nuca hacia la espalda, que se puso como si fuera piel de gallina, siguió bajando mientras apartaba la mano de  la nuca y levantaba la camiseta.
—¿Qué quieres hacerme? —bromeé.
—Hacerte mío, Eric —se alejó de mí—. ¿O no quieres?
Asentí y me acerqué a ella, levanté su jersey y besé sus pezones, ella me quitó la camiseta como pudo y no dejó de besarme mientras quitaba los botones de los pantalones y me ayudó a quitarlos, dejándolos en el suelo.
—Erika.
—Dime —susurró en mi oído, lo que me excitó aún más.
—No quiero que pienses que esto es solo esta noche...
—Cállate —me besó los labios y mordió mi cuello, bajó por mi cuerpo hasta meter en su boca mi pene pero, volvió a subir demasiado rápido, empalándose con él; haciéndome disfrutar de cada movimiento. Se movía, se retorcía sobre mí, cada vez más excitada, gritando y besándome, siempre atenta. Cuando sentí que ella tenía un orgasmo, me corrí.
Cuando todo terminó me dormí.
Al día siguiente, me levanté y ella ya no estaba. Y me dejó solo con la frialdad de un piso para mí solo, sin sus cosas.

sábado, 20 de julio de 2013

#17

Jorge espera en la puerta en casa de Ale, acariciando y observando la foto que tienen juntos. Ale es la mujer por la que ha estado enamorado desde el primer día que les presentaron. Su relación se había ido desarrollando con mucho tiempo y paciencia.
Y anoche le dijo:
—Lo siento pero me he enamorado.
—Esto es una broma, ¿verdad? —él pensaba que la hermana de Ale le estaba gastando una broma pero ella se lo confirmó.
—No, no lo es. Tú y yo fuimos algo bonito pero él me ha traído algo más... No sabría decirte.
—Claro. Y yo a la basura —hizo una pausa. Iba a llorar—. ¡¡Vete a la mierda!!
Se había pasado toda la noche dando vueltas en la cama, entre llorando y pensando hasta que se le ocurrió la genial idea de que, quizá si la veía y le pedía otra oportunidad, sería capaz de reenamorarla, de hacerla volver a sentir como antes y esperó durante horas en su portal hasta que se hizo el día.
De pronto, la puerta se abre.
—Vamos, Fideo, de paseo.
Por fin la va a ver, le dirá todo lo que ha planeado en su mente: las palabras mil veces repetidas, los sentimientos vivos en él. Sin embargo, algo no ha salido como él hubiera querido: sale con un joven de su edad.
—Jorge, ¿qué haces aquí? —saluda ella mientras le mira fijamente. Él no aparta la mirada del hombre que la acompaña—. Éste es Sandro.
—Hola —el acompañante le tiende la mano y, dentro de Jorge, los sentimientos se desbordan.
—¿Cómo que “hola”? —aprieta los puños contra las palmas—. Me has robado a mi chica.
—Jorge... —comienza ella pero se interrumpe. ¿Qué podría decirle ella? Esta es la verdad y no puede hacer nada por remediarlo. Se gira hacia Sandro—. Él es mi ex.
—Así que tú eres su ex. ¿Y qué haces rondando de nuevo a mi chica como si fueras un perro?
Jorge salta sobre Sandro y da un puñetazo en la mandíbula. ¿“Mi chica”? Él había dado lo mejor de él, todas sus fuerzas y sus esperanzas en ella y él se atreve a decir que es su chica. No le importaba cuan alto es ese cacho de mierda, ni lo musculoso que está, le da igual que se mate en el gimnasio o a pesas, su único pensamiento es destrozarle esa cara de gilipollas que tiene; desfogarse, sacar el dolor, la rabia y la furia.
—¡Para Jorge! —grita Alejandra—. ¡Para! —empieza a sollozar sin remedio, cubriendo su cara con las manos. Entonces, Jorge para y se acerca a ella y la consuela—. De verdad que te he querido, mucho, demasiado. Siempre serás alguien especial para mí y encontrarás a otra mil veces mejor que yo, que te tratará como el gran hombre que eres. Lo siento, lo siento muchísimo —se arrodilla ante él y da varias golpes con el cráneo en el suelo, frío y lleno de rocío—. ¡Déjale! La culpa es mía y solo mía. Golpéame a mí.
—Así que por mucho que yo te esperara aquí, por mucho que te pidiera que volvieras conmigo, ¿no lo harías?
Ella niega con la cabeza y se acerca a un Sandro sangrante y dolorido.
—Por favor —suplica Jorge—, miénteme y di que me quieres. Te juro que te haré muy feliz, que sabré compensarte lo que he hecho mal hasta ahora. Por favor, no me dejes. Sin ti, me muero —tiene los ojos vidriosos y a punto de estallar en lágrimas.
—Le quiero.
—Entiendo —hace una pausa y los mira—. Así que el que sobra soy yo, ¿verdad?
Ale asiente sin levantar la mirada de Sandro. Le corre la vergüenza por el rostro y no quiere ni mirarle.
Se acerca al perro y lo acaricia e, inesperadamente, la mascota lo sigue.
«Al menos alguien me quiere.»

viernes, 19 de julio de 2013

#16

«Si te mirara y mis ojos te mirasen fijamente a los tuyos, clavándose en tu pupila, ¿crees que sabrías decirme qué mensaje intento mandarte?
Creo que no. Tú no sabes de sentimientos, eres un hombre que tiene el corazón de hielo. Tiras y empujas de mí, pides lo mejor pero tú no me das ni un trocito de ti. ¿Crees que podré sobrevivir a este ritmo tan agitado? ¿A estos cambios  bruscos en los que me haces embarcarme? Esos giros de personalidad que no gustan a nadie.
Déjame o háblame de lo qué te pasa por la cabeza cuando estás aquí, conmigo. Deja de esconderte tras palabras bonitas que no explican nada. Quiero saber lo qué no me cuentas, qué piensas en esos planes que no tienen su objetivo en mí. Respóndeme.»

—¿Y esto? —me giro calmada y le veo con el cuaderno en la mano.
—¿Qué haces con mi diario, Julio? —me levanto de la silla giratoria y se lo quito de entre las manos. Llevándolo hacia mi pecho, escondiéndolo a pesar de que sé que lo ha leído.
—¿Esto es por mí?
—¿Qué crees? —pregunto, metiendo el diario en un cajón.
—Que no.
—Entonces, es que no sabes darte cuenta —espeto mientras guardo mi tristeza dentro de mí.
—Igual no me quiero dar cuenta —responde, frío como el hielo. Su frialdad me ataca directamente a mis sentimintos. Coges tu chaqueta y te marchas, dando un portazo aún sabiendo que mis padres están ahí. Salen y me miran, yo sólo puedo responder con encogerme de hombros.

Son las once de la noche, me saludas por MSN y yo lo hago pero dentro de mí, has clavado una esquirla de duda...
—¿Qué escondes, Julio?
—Te lo diré cuando te vea, castaña pilonga.
—Cuéntamelo ahora.
—Miriam, joder, que me da vergüenza.
—Así que andan por ahí tus amigos, ¿no?
—Van a venir —tu respuesta hace que la esquirla se convierta en semilla y germine dentro de mí.
—Claro —una semilla que siembra en mí la desconfianza—. Y yo me jodo sola en casa mientras tú haces lo que sea con ellos. No te avergüenzas cuando me meto en tu cama y gimo, ni cuando me besas después de un polvo.
—Pero eso es intimidad.
—Entonces, ya sé qué escondes, te avergüenza estar conmigo porque yo no estoy como la novia de Álex o la de Yago. Quisieras que te dijera que siento no estar como ellas pero no lo voy a hacer.
—Eso no es verdad. No me importa nada de eso.
—Ya. te crees que soy ciega. ¿Acaso crees que no veo cómo disfrutas estando con ellas?
—Lo siento, ¿vale?
—No, no vale. Lo siento, no podemos seguir así. No lo aguanto.
—¿Me vas a dejar?
—Claro. Es lo único que puedo hacer para salvarme a mí misma.
Pensaba que tú eras distinto pero ahora lo veo todo claro, como el agua. Yo no te necesito, tú a mí sí.
—¡Eres una egoísta!
—¡Tú lo eres más! Quieres que sea como Carlota o Alba
—Yo no he dicho eso.
—No hace falta que lo digas —unas lágrimas recorren mis mejillas—. No hace falta que lo digas con la boca.
Cierro el ordenador y me evado de la realidad en mi habitación; acaricio mis peluches y pienso que quizá sea yo quién cometa todos los errores.

jueves, 18 de julio de 2013

#15

—Damián.
—Dime.
—¿Y si jugáramos a algo?
—Pero, ¿tanto te aburre conmigo?
—No, sólo quiero ponerte a prueba —yo estoy tumbada, con los pies apoyados en la pared y con la cabeza colgando del lado izquierdo de la cama y él, a mi lado, sentado en la alfombra, apoyando la espalda en los cajones de debajo de la cama—. ¿Qué te parece?
—Bueno —consiente—. Mientras no sean preguntas trampa aunque no tengo mucho que esconder. Siempre te lo he contado todo.
—Parecemos los mejores amigos de la historia —mi corazón palpita fuerte, que late rápido como el viento. Realmente, quiero ser algo más que una amiga—. ¿Con quién te llevas mejor que conmigo? ¿Te sientes mejor con cualquiera que conmigo?
—¿Éste juego no va de una en una? —bromea y ríe. Le miro fijamente y sonrío.
—Ya bueno...
—Sólo voy a responder a una —hincha los mofletes, como hacen en los animes. Yo asiento y dejo que elija la que quiera responder—. Pues tú eres mi mejor amiga, ¿con quién me podría llevar mejor? —algo en mi corazón da un vuelco y me deja destrozada. Después de una pausa incómoda—. Me toca.
—¿Con quién la perdiste?
Me pongo a la defensiva, en parte porque no voy a responderla, en parte porque no la he perdido aún.
—Bueno, bueno —intenta relajarme—. ¿Te sientes bien a mi lado?
—Pues claro que sí —le doy un pequeño golpe en el brazo—. ¿Cambiarías por la chica que te gusta?
Tarda mucho en responder, mi pecho baja y sube rápidamente, dejándome con una opresión en el pecho, poniéndome aún más nerviosa.
—Sí, creo que cambiaría por una chica —alza los ojos al cielo—. ¿Y tú?
—Si le gusto como soy o como visto bien, sino que aguante.
—Así que no cambiarías por mí.
—¿No te gusto como soy? —una parte de mí, se despierta y el aleteo de unas mariposas en el estómago; mi parte rebelde se cabrea por su comentario.
—No. Me gustaría que sonrieras más.

miércoles, 17 de julio de 2013

#14

Me siento frente a él mientras él termina el último cigarrillo de la cajetilla.
—Veo que sigues fumando —comento mientras me siento en mi silla, frente a él—. ¿Qué tal estamos?
Solo sonríe mientras le miro fijamente. Saco yo también mi tabaco y me pongo a fumar, esperando a que conteste.
—¿Acaso te importa?
—Es una pregunta educada —respondo mientras enciendo el cigarrillo—. ¿Qué querrías que dijese?
—Contestas a mi pregunta con otra. Eso no puede ser bueno —tira la colilla sobre el cenicero y me mira—. La que debería responder deberías ser tú, no yo.
La tensión se palpa entre nosotros y, para romperla, sonrío.
—La verdad, no me da igual —cruzo las piernas bajo la mesa y doy una calada—. Pero eso a ti sí que te da igual.
—Ya sabes que no —se pone serio. Hace calor en el local y me arremango el jersey rojo, vuelvo a tomar el cigarrillo—. ¿Cómo te has hecho eso?
Señala con la barbilla a mi muñeca. Yo pongo la mano encima para que no la vea pero sé que es tarde y que, aunque formule otra vez la pregunta, sé que sabe qué es lo que oculto bajo mi mano.
—¿Qué es eso?
—Unos dicen una forma de llamar la atención. Otros que debería hacerlo de verdad —hago una pausa y dejo caer la mano que esconde unas cicatrices—. Yo lo llamo soledad.
—Por soledad no haces eso.
—Por no sentirte sola haces muchas cosas —digo mientras doy una calada mientras el carmín se queda en el filtro—. Unas buscan consuelo con sus amigas, de las cuales carezco. Otras en buscar a otro hombre, yo no puedo.
—Ahora me dirás que estás celosa —río mientras la ceniza cae sobre la mesa. Una carcajada estridente que llena nuestro rincón.
—Yo no siento celos de nadie, cielo. Si te quieres quedar con ella, adelante. Yo sé cómo es. Y cuando tú lo sepas, llorarás mucho más que conmigo —vuelvo a ponerme seria.
—Venga ya, N. Ambos sabemos que algo te ocurre.
—Sí. Se llama mezcla rara de sentimientos —doy una larga calada mirándole a los ojos—. Pero ya sabes que no estoy aquí para hablar de mí. Estoy aquí para que me devuelvas lo que fue mío.
—Déjame decirte algo...
—No —interrumpo yo—. No me vengas con la retahíla de que me quisiste mucho, que todavía me quieres y demás tonterías porque ya no se las cree nadie. Desde el mismo momento en el que os presenté y os mirasteis, supe que te enamorarías de ella. Yo no tenía oportunidad contra alguien como ella.
—Eso no es verdad. Te amé.
—Mira, sé que tus pensamientos seguirán siendo los mismos pero sabes, en tu subconsciente, perfectamente  que tú la querías incluso cuando estabas conmigo. Por eso querías que lo arreglásemos, para estar con ella —una lágrima recorre mi rostro y la limpio con rudeza—. No me importa haber sido tu entretenimiento mientras dabas con ella pero no repitas con un loro. Y más ahora que no lo tienes que ocultar.
Cojo lo que me pertenece, dejando que la colilla se deshaga en el borde del cenicero, y me marcho mientras mi mente se pone a recordar las idioteces de cigarrillos, cosas bohemias y polvos en un coche.

martes, 16 de julio de 2013

#13

Es Navidad y las tiendas cierran. Las casas se llenan de familiares y los bares de solteros en busca de alguien quien les acompañe por Navidad.
Entonces se acerca uno a mí.
—Buenas noches, preciosa.
No, yo no soy preciosa y si crees que con ese argumento va a hacer que me predisponga a ti, lo llevas claro, muchachillo. Le miro de reojo y lanzo una risotada.
—Venga. Puerta, niñato de mamá —hago un par de movimientos con la mano para que se aleje.
—¿Niñato de mamá?
—Por supuesto —sonrío de forma lobuna. Le evalúo de arriba abajo—. Solo hay que ver tus pintas. Una camisa, unos pantalones diplomáticos y unos zapatos encerados —doy un sorbo de mi whisky—. Por tus pintas, no tendrás más de veinte. Así que, puerta. Ve a buscar entre las de tu edad.
—¿Y se puede saber por qué me tachas rápido de tu lista?
—Porque eres un niñato.
—Bueno. Tengo 18 años pero —se aclara la garganta—, eso no tiene que ver con lo que nos ocupa.
—Claro que no, jovenzuelo.
Miro hacia la esquina y veo a un grupo de chicas de su edad y las señalo con la barbilla.
—Allí tienes a tus fans.
—Pero tú eres una pieza más difícil —dijo con una sonrisa picarona.
—Claro, como soy mayor...
—¿Eso qué tiene que ver con lo que hablamos?
—Está claro —tomo el último sorbito de whisky y pido otro vaso de whisky y un chupito de tequila—. Por lo visto te crees superior a ellas porque... —sopeso las habilidades que él podría poseer—. Te crees más maduro que ellas. O porque crees que ellas no pueden ser tan buenas amantes como una mujer mayor.
—Seguro que no eres tan mayor.
El camarero sirve el chupito y deja la sal en la barra.
—Gracias —le lanzo un beso con la mano. El camarero solo menea la cabeza. Cojo la pequeña copa, me pongo la sal en el lateral de la mano y le pregunto—: A ver, dime. ¿Cuál es la razón por la que estés aquí, intentando ligar con una chica de 22 años con exceso de peso?
Nada más terminar tomo el vasito y echo su contenido en mi boca, escuece pero aguanto, lamo la sal de la mano y me meto el limón en la boca.
—Sencillamente me has llamado la atención.
—Venga ya —sonrío—. A mí no me vengas con esas; conozco a los de tu calaña. Hoy tu cama no estará adornada por mí.
—¡Oh, venga! —me mira y se pone serio—. Te crees que porque tienes más años que yo y que chicos de mi edad te han hecho eso...
—Realmente jamás me he acostado con un enano —digo mordaz y sonriente. Su cara se transforma en una mueca de malhumor. Y se aleja—. Menos mal, esto ya me saca de mis casillas.
Agarro el vaso de fondo ancho y bebo de un trago su líquido.
Creo que es hora de retirarse a casa.
Poso dos billetes azules de veinte euros y salgo del local. Tropiezo en el primer escalón, me levanto y ando como si nada me pasase aunque los tacones me maten, y sienta que el vestido hace que la gente me mire. De pronto, alguien me toma el brazo por detrás y me gira.
—Te he visto caer y...
—Y venías de héroe.
—Deja de atacarme. No me conoces.
Quizá tuviera razón. Total, los hombres me hacen daño aposta y él no puede, no por ahora. Mejor ser cauta y morderme la lengua antes de soltar algo que no me guste o que pueda ser usado en mi contra.
—No te preocupes —comento—. Conseguiré llegar a casa.
—Te acompaño.
—¿Y tus colegas?
—Que se aguanten un día sin mí.
De pronto, siento que él es mi caballero Darcy y que va a ayudarme en todo. Idiota de mí.

Llegamos a mi apartamento y, aunque por el camino no habíamos hablado, que esté en mi apartamento, los dos solos.
—Perdona. No esperaba que nadie viniese.
Al cerrar la puerta, se abalanza sobre mí y me besa. Recorre mi cuerpo con sus jóvenes manos, abriendo la cremallera del vestido, quitándomelo con ansia, dejándome con los ligueros y el tanga. Lo único que hago es  tapármelos con uno de los brazos.
Se acerca a mí, descamisándose y quitándose esos zapatos de marca y encerados.
—Te vas a enterar de lo que vale un niñato.
Me tumba sobre la cama, me quita lo que me queda de ropa y, antes de que pueda hacer nada, le tengo lamiendo mi entrepierna mientras un calor crece dentro de mi coño. El deseo se apodera de mí y me hace gemir. Entonces, él sube la intensidad de sus lametones mientras yo subo el volumen de mi placer hasta que llego al éxtasis.
—Y aquí no se ha acabado.
Miro al techo mientras siento el cansancio del cuerpo. Hacía tanto tiempo que no tenía un orgasmo que este ha sido como morir y resucitar. De repente, noto algo que se introduce en mí. Es caliente, alargado. Él me embiste mientras el cansancio se va marchando.
—Sácala un momento y ahora mismo la metes —me acerco al cabecero de la cama y me tumbo de nuevo. Noto como se acerca a mí y vuelve a introducirla en mi húmedo agujero, clavo las uñas en su espalda y siento como me voy humedeciendo con cada embestida de su erección.
—¿Qué te parece lo que hace un niñato?
—Calla y sigue.
El chico responde con una sonrisa y sigue penetrándome; yo noto como su polla se endurece cada vez más hasta que, como yo, está a punto de correrse.
—No me he puesto condón.
—No te preocupes. Tomo la píldora —jadeo. Y noto su última embestida hasta que su leche  caliente se extiende dentro de mí y un hormigueo cruza mi espina dorsal.
Se tumba a mi lado.
—Ha estado fabuloso.
—¿Incluso para un criajo? —bromea.
—Seguramente —contesto sonriente—. Ahora deberías irte.
—¿Por qué?
—Antes de que te coja cariño.
Me mira y sonríe.
—¿Y perderme el de buenos días?

lunes, 15 de julio de 2013

#12

Never opened myself this way
Life is ours, we live it our way
All these words I don't just say
And nothing else matters

Nunca me abrí lo suficiente, ni de una forma que pudieras entenderme. Vivía mi vida de una forma que te volvía loca y a mí me encantaba que fuéramos tan amigas como para dormir juntas sin ningún reproche. Nunca te dije que eras tan importante para mí que cualquier otra cosa, no te dije que te quería más allá de lo que he podido querer a nadie.
Y es que fuimos amigas hasta que aquel chico te arrancó de nuestro hogar, ¿no podías haberte enamorado de un chico más simpático o menos celoso?
Te puso en mi contra y te llevó lejos de mí.
¿Acaso no te diste cuenta de que me puse ese candado al cuello por ti?
¿Por qué te dejaste llevar por un chico que no solo no se lo ponía sino que, además, imponía que hicieráis el amor donde y cuando él quisiera?
Quédate a mi lado, Desirée, vuelve. Yo te compraré aquella casa con piscina, jardín y caseta para un perro que siempre soñaste, ser la otra madre de tus hijos. Pero no te vayas de mi lado o me quedaré sola y la soledad no me gusta. Te llevaré a esos lugares que siempre hemos deseado visitar y te compraré ropa carísima.
Solo tienes que volver.

domingo, 14 de julio de 2013

#11

Ginevre va cantando por la calle, como siempre, cantando. Siempre canta las canciones que convienen en cada momento, en cada sentimiento.

Soy la pregunta del millón,
Siempre la interrogación.
No respondas que sí
Porque sí.

Ahora canta Sigo Aquí de Álex Ubago; porque sí, porque hoy se siente fuera del mundo; siente que nadie puede comprenderla y coge el autobús de siempre, pica su billete y se sienta al lado de aquel productor tan atractivo, el cual ahora ronda los treinta. Pero eso a ella no le importa.
—Hola Antonio —saluda sonriéndole.
—Hola Ginevre.
—¿Qué tal te ha ido todo hoy?
—Pues bien, mejor que otros días —hace una pausa y la observa—. Aunque estoy harto de pelearme con niñas malcriadas que no tienen ni idea de cantar.
—Tranquilo —responde ella dulce—, seguro que por ahí encuentras a alguien. Hay bastante gente que le gustaría cantar y lo hace bien. Solo tienes que encontrarlos.
—Claro que sí, Gin.
—No me llames Gin —replica enojada—. No quiero ser como la de Tengo Ganas de Ti.
—Y yo que pensaba que te gustaría —responde él poniendo una mueca confundida—. ¿Cómo te llaman en casa?
—Evre.
—¡Qué raro! Con lo fácil que es decir Gin.
Ella le mira de arriba abajo, fingiendo estar mosqueada. Finalmente, cambia el gesto.
—Este sábado cumplías los 28, ¿no?
—Sí —no espera a que él diga nada más y le tiende un CD—. ¿Y esto?
—Son canciones mías. No son cantadas pero son letras escritas por mí, por si alguna vez te hacen falta.
—Gracias. Eres muy amable. Prometo que las miraré nada más llegar a casa —guarda el CD en su maletín y le sonríe. Aprieta el botón para que el autobús pare en la próxima parada donde los dos se apean. Se bajan, se despiden y se ponen sus cascos. Pero hoy no es un día cualquiera, da la casualidad que a Antonio se le ha acabado la batería del mp3 así que vuelve sin música, o eso piensa él.

Well, my girl's in the next room
Sometimes I wish she was you
I guess we never really moved on
It's really good to hear you voice saying my name
Its sounds so sweet
Coming from the lips os an angel
Hearing those words it makes me weak

Él se vuelve. Se queda estupefacto con lo que escucha. ¿De dónde viene esa voz? Viene de ella, de esa jovencita de 18 años que va de vuelta a casa. Corre hasta ella pero, cuando va a alcanzarla, se tropieza y cae con un estruendo. Evre se vuelve a mirar qué ha sido eso y lo ve a él, caído y asombrado.
—Nunca me dijiste que sabías cantar tan bien.
—No sé cantar. Canto verdaderamente mal por eso no canto delante tuya. No quiero asustarte.
—¿Tú crees que con esa voz podrías asustarme? Me sorprende que nunca hayas cantado para mí.
—En realidad —ella duda si decírselo o no pero su boca decide—, sí que canté para ti pero nunca te diste cuenta. Antes de llevarnos bien mientras hablabas por el móvil.

Hace un año.
—Sí —hace una pausa y suspira—. Claro que quiero que cantes pero debes seguir yendo al instructor sino no servirá de nada.
Evre canta en el extremo opuesto del bus, casi en la entrada y camina hacia Toni. Se imagina a un chico de pelo largo y sedoso que le toca la guitarra y le dice esas mismas palabras.
—Espera un momento, Sofie —tapa el micrófono del teléfono—. ¿Quién cojones canta tan mal?
—Ella —señala una señora mayor a la muchacha que tiene los cascos a todo volumen. El productor artístico Antonio Gálvez no lo duda ni un minuto, se aproxima a ella y le da un par de toques en el hombro. Ella se vuelve apartando un casco de su oreja.
—Disculpa pero deja de cantar, ¿de acuerdo? Estoy hablando por el móvil —ella asiente cohibida—. Además, deberías dejar de hacerlo, cantas fatal.

—Así que fue por eso por lo que no volviste a cantar —la mira a los ojos y sabe que en ese momento se equivocó—. Nunca cantaste mal, fui yo. En ese momento estaba sometido a mucha presión y lo pagué contigo.
—Da igual. No volveré a cantar si tú estás delante —replica ella, insistente.
—Pues vas a hacerlo. Te voy a convertir en una estrella.

sábado, 13 de julio de 2013

#10

Vicky había ido con su pesar a hacer senderismo.
Le encantaba, y le sigue gustando, ir sola a perderse por la montañas. Si podía se quedaba vagando por allí días enteros, en contacto directo con la naturaleza.
Bajando por una piedra descubrió un puente de piedra que posiblemente fuera construido por los romanos; se sentó en uno de los extremos y apoyó los pies en la misma piedra, dejando que el aroma del bosque entrase en ella, puso su música al tope en los cascos y empezó a cantar.

I'm standing on the bridge
I'm waiting in the dark
I thought that you'd be here by now
There's nothing but the rain
No footsteps n the ground
I'm listening, but there's no sound

Quizá no fuera un buen momento para aquella canción. Estaba sobre un puente, bajo la oscuridad y la luz pálida que las nubes dejaban traspasar. Pero eso no hacía que Vicky perdiese sus ganas de cantarla, de pasarlo mal para olvidar; de sus ojos brotaban las lágrimas que no podía detenerlas. A ella nadie la vendría a buscar; nunca tendría un Romeo que le esperase fuera sin que ella dijera nada.
Ella esperaba que algún día un hombre le esperase en el portal de su casa con una moto, vestido solo por una camiseta, unos vaqueros y fumando. Que la mirase con sus profundos ojos y le dijera:
—Hola, nena —aunque odiaba que la llamaran nena—. Te esperaba.
Pero nunca, nunca podría cumplirse su sueño. Nadie estaría tan enamorado de ella como para esperarla bajo la lluvia con un cigarrillo en la boca.

viernes, 12 de julio de 2013

#9

Miró a la calle. Estaba lloviendo y la vi, tan melancólica.
—¿Qué te ocurre, Lexy?
—¿Volveré a probar lo que es eso?
Había llegado hace poco, nadie se habitúa ser el Cupido de todo el mundo, a ver como las flechas que lanzas se convierten en preciosas historias de amor pero es tu cometido cuando acabas como la Julieta de Shakespeare. Las gentes que se han suicidado por amor suelen acabar haciendo de Cupido. ¡Qué irónico todo!
—Nadie lo sabe.
Últimamente empezaban a despedir Cupidos y no porque haya crisis sino porque somos demasiados. Yo hace unos 400 años que no veo a Cleopatra. Quizá fue enviada a donde fuera que nos envían después de esto.
El caso es que Lexy había llegado hacía demasiado poco. Llevaba una camiseta de tirantes blanca, unos pantalones cortos un poco por encima de la rodilla y unas botas militares. Al poco de llegar, le empezaron a crecer las alas.
—Me pica la espalda.
—No te rasques.
—¿Por qué?
—Tus alas empiezan a emanar —la miré con cara seria—. Si ellas no emanan nunca podrás ser Cupido y jubilarte.
El caso es que un día, estando de caza, se rascó tanto que la punta de una pluma emanó.
—Mira —dijo mostrándome la pluma cubierta de sangre.
—Una pluma de tus alas —respondí mirándola y añadí—. No vuelvas a rascarte. Déjalas que florezcan.
Asintió. Un par de días después tenía dos pequeñas alas a la espalda. Eran unas alas muy bellas, como lo fueron las mías en su día.
—B.
—Dime —respondí mientras hacíamos las flechas.
—¿No te gustaría sentirlo de nuevo?
—Claro que no, Lexy —respondí. Me instó a que explicase mi negativa—. Sencillamente, mientras fui humana me rechazaron. ¿Cómo crees que acabé aquí? Estoy cumpliendo la peor cadena perpetua de la historia.
—Tienes razón. No mola mucho el crear parejas mientras tú no has tenido ninguna que disfrutar.
—¿Y tú por qué lo hiciste si te gustaba tanto?
—Porque, en aquel entonces, jugaban conmigo.
No podía imaginar a nadie jugando con una chica tan guapa. Conmigo era fácil porque me hacía ilusiones, porque era un chica fácil que le encantaba amar pero que nunca fue correspondida por razones físicas. Pero ella con su delgadez, con sus perfecciones mejores que las mías...
—Mejor no hablar de ello —respondió ella.
—Imagino.
La enseñé todo lo que debía hacer. Aprender a lanzar las flechas y no fallar, a saber dónde es el mejor sitio donde crear parejas, saber qué flechas sirven para una relación larga y cuáles para una relación de una noche. Y cuando aprendió, la dejé de caza a ella sola. Tenía su distrito, colindante al mío, el cual me costó mucho conseguir.
Siempre que yo no tenía mucho que hacer la vigilaba. Había trabado con ella una amistad rara que nunca había hecho con ninguna anterior a ella y eso hacía que me preocupase más de la cuenta.
Meses después de conseguir su distrito, empezó a actuar de forma rara, paseaba por las calles de su trozo de Londres sin tareas que hacer, no le preocupaba nada. Por las noches se dedicaba a rondar por una cafetería y empecé a notar una predilección por un humano. Se sentaba frente a él, le miraba a los ojos y sonreía.
No dije nada porque sabía que si yo me enteraba, tendría que decírselo al superior.
Lo que menos me imaginaba es que desembocaría en esto.
Lexy empezó realizar su trabajo pero sin nunca flechar al chico ese. Siempre era lo mismo, paseaba entre las discotecas regalando puñaladas de amor de una sola noche y luego, a las 9 volvía a la cafetería donde aquel muchacho pasaba la gran mayoría de sus horas. Tanto empecé a preocuparme por Lexy que descuidé mi distrito.
—B, nunca te había pasado esto. ¿Qué ocurre?
Miré al superior y sonreí.
—Una mala racha.
—Si necesitas ayuda, pídesela a Lexy o a V.
Él sabía que nunca lo haría pero Eros siempre es insistente. Llegué a mis distrito y me puse a trabajar.
Solamente vigilaré a Lexy por la noche.
Mi determinación nunca llegó a buen puerto. Vi como el estado de Lexy iba empeorando y lo vi con toda certeza, el amor la estaba llegando. Que yo supiera, nunca había pasado. Pero no lo sabía con seguridad. Empecé a pensar en decírselo a Eros, que quizá podría ayudarla pero no me di cuenta de su verdadero estado y una noche, nos encontramos.
—Quizá vuelva a sentirlo —dijo con alegría en el tono de voz.
Esa misma noche, Lexy se clavó a sí misma una flecha de amor, amor de verdad. ¿Qué hice? Llamé la atención del chico antes de que nadie más se diese cuenta, quité las alas a Lexy y él la vio. Supe que se había enamorado de ella por la flecha que ella se había clavado a sí misma.
—Eres un ángel.
—Y tú el mío.
Desde ese día, envidié a Lexy. Pero esas cosas solo les pasan a las guapas, me repito siempre a mí misma. Ahora yo ocupo mi distrito y el de Lexy y la veo feliz, recorriendo el barrio de la mano de aquel chico.
—Bullet.
—Dime, Violence.
—No les envidies.
—Sí lo hago. Lo he vivido de cerca y sé cuanto sufrió y durante cuánto tiempo.
—Bullet, nadie haría eso que hiciste por ella.
—Quizá —respondo con un hilo de voz triste—. Pero llevo demasiados años en esto. Ya no me enamoraré.
—B.
—¿Sí, jefe?
—Tendrás una nueva aprendiz.
—Claro.
Todo empieza de nuevo. Una nueva aprendiz, nuevo nombre, nuevas pintas. Viejos consejos, viejas enseñanzas, viejas regañinas. Nova sperentia!

jueves, 11 de julio de 2013

Novedades Círculo Rojo

Hola pequeños y pequeñas.

Os traigo las novedades de Círculo Rojo para Julio.





















Espero que os guste alguno. 

Un besazo. :)