lunes, 2 de enero de 2012

Capítulo 19.

Después de fumarnos esos cigarrillos, empezamos a hablar. El primer tema que me surgió fue el de los lunares. Ambos teníamos una constelación de pecas en el hombro, aunque el suyo era en el derecho y el mío en el izquierdo. La verdad es que el tabaco me había hecho marear y eso me había llevado a hablar de un tema estúpido. Puse una canción con el móvil y, aunque hacía acordarme de Kos, pegaba bastante con la situación.
-Me encanta una frase de esta canción. -dije mientras sonaba de fondo.
-¿Cuál?
-En español sería algo así como: Siempre puede ser esta noche. -y mientras pensaba que ojalá esa frase se cumpliera, quería que mi siempre empezase esa noche. Notaba el calor de su mano acariciar mi espalda y el corazón me golpeaba fuerte entre las costillas. ¿Cómo había conseguido deshacer mi plan y el frío escudo de hielo que había formado para que nadie entrase?
Seguimos hablando un poco más de familia, de cosas banales, fútiles y tabúes; le entendía y le sentía tan cerca dentro de aquel coche. Y Bonnie Tyler dio paso a canciones con más sentimientos, más acordes, más marcha... Pero ninguna me parecía adecuada.
-¿Puedo hacer algo?
-No. -negué rotundamente.
-¿Por qué no? -preguntó él.
-Porque no. -mientras en mi cabeza salía la razón principal por la que no cumpliría su deseo.
-Entonces no te pediré permiso. -dijo él y yo pensé que hiciera lo que fuera, pero que lo hiciera; y sin previo aviso me besó. Otro beso robado que esta vez correspondí. Y algo dentro de mí sabía que el plan se había ido a la mierda, que me gustaba demasiado, que había comprado más trocitos de corazón de los que permitía la amistad. Poco después de ese beso, fui yo la que se giró hasta él, apoyé mi rodillas en el asiento del copiloto y le besé, dejándolo un poco confuso, así lo sentí yo. Y después de ese, otro más.
Al poco, con las rodillas un poco doloridas, me senté en mi asiento, le cogí la mano y la acaricié, aquellas manos que me encantaban... La estiré un poco y la acaricié, cogí un boli y escribí algo en inglés:
You are mine / Eres mío
-Escríbeme tú algo. -le pedí. Cogió mi palma derecha y escribió algo simple:
Siempre mía.
Entonces en el dorso de la mano en la que había escrito la primera frase puse:
Always yours, I promise /Siempre tuya, lo prometo
Y entonces me apoyé en él, haciendo que me abrazara por detrás, cogí su brazo y escribí:
Always your bohemian red hair, /Siempre tu pelirroja bohemia,
Always your green eyes, / Siempre tus ojos verdes,
Always you and me in a bohemian attic / Siempre tú y yo en un ático bohemio
Dreaming with you and looking at the Moon. / Soñando contigo y mirando la Luna.
-No entiendo ni jota de lo que pone. -yo se la traduje y él sonrió. Es algo que había entre los dos y lo sabíamos.
-Podrías tatuártelo.
-Quizá.
Entonces, dentro de mí, sentí como el deseo sexual me daba ganas de comérmelo. Entonces volví a besarle pero esta vez era largo, apasionado, con ganas de morder, excitar y saborear. Le dejé un chupetón lo suficientemente grande y oscuro como para que se le notase a distancia, le había marcado, ahora era mío.

Amanecimos hablando de todo, fuimos a por un chocolate con churros, que al final fueron porras. Seis hermosas porras con un 1/2 de chocolate caliente que vendría bien contra el frío.
Entonces, volvimos a aparcar y Rubén quería dormir pero yo no podía, nunca había conseguido dormir cuando ya había amanecido; solo cuando las clases eran un royo.
-Venga duerme. -aunque dentro de mí, algo gritaba que no quería que se durmiese; que no quería quedarme sola viendo el sol y demás elementos que nos rodeaban. Salí a terminarme la caja de Marlboro. Cuando volví a entrar:
-¿Todavía no te has dormido?
-No puedo dormirme.
-¿Por qué?
-Porque estás a mi lado y no puedes dormir.
-Pues vamos a por tabaco. -pero había sido Año Nuevo, y domingo. No había nada abierto, así que solo dimos vueltas y más vueltas por Madrid.

Eran las 14:32 cuando le dije de ir a mi casa, a esa hora ya no habría nadie, ya que se iban a comer en casa de mis tíos.
-Vamos a mi casa. Allí hay un bar y podrás subir a dejar cargar el móvil.
Rubén asintió y lo hicimos. Compró un paquete de tabaco, el cual empezó nada más sacarlo de la máquina. Yo mientras había subido para ver si había moros en la costa. Pero tenía razón, no había nadie. Bajé al portal a por él, que se estaba fumando el primer cigarrillo de la cajetilla. Le mandé una mirada asesina.
-¿Qué?
-Ya estás fumando. -le reproché. Se lo terminó y subimos. Vio mi casa, mi habitación y estaba nervioso. Yo no sabía porqué era, yo lo estaba por el miedo a mis padres.
Dejamos cargar el móvil hasta el 80% luego lo desconectamos y bajamos a su coche. No quería que se fuera, estuvimos media hora intentando despedirnos entonces le di el pañuelo que me había puesto en el pelo, lo até a su muñeca.
-Yo también quiero darte algo. -me entregó a Beesell, el Bassel Houndog que llevaba en el salpicadero y al que yo había puesto nombre unas horas antes. -Llevátelo.
-No puedo. -recordé lo que le he hecho prometer a ese perro de peluche. Cuidaría de él y no quería que me lo diera porque yo quería algo que él le hubiera puesto nombre.
Cuando íbamos a despedirnos, empecé a llorar. No quería que se fuera, escondida en sus brazos, las lágrimas bajaban a mi barbilla y se deshacían en mi jersey rojo.
-Tengo que irme.
-Lo sé. -abrí la puerta de mala leche, y cuando iba a salir, me agarró de la cintura.
-No quiero que te vayas así. -entonces encendí un cigarrillo.
-Cierra la puerta.
-No. -quería que el frío me devolviese a mi estado de hielo. No quería llorar porque él se fuera, me sentía humillada cuando lloraba. Pero sus abrazos no hacían nada por dejarme que volviera a ser fría. Entonces me calmé y volví a besarle.

Cuando, por fin nos despedimos, volví a llorar. Entonces salí escopetada del coche, bajé andando rápidamente; él me alcanzó.
-Cariño, ¿qué te pasa? -oculté mis lágrimas, no quería que nadie las viese. No quería obligarle a permanecer más tiempo cuando debía irse. Y no iba a decir que le echaría de menos. No quería despedirme de esa manera. Me zafé de él y cerré los ojos, mis piernas empezaron a correr, llevándome calle abajo, huyendo mientras lloraba.
"El amor me vuelve blanda, sensible e idiota." me reproché a mí misma. Cuando subía, vi que su coche estaba aparcado en frente de mi portal. Metí la llave rápidamente, no quería decirle lo que él quería oír de mis labios, ni quería pedirle que se quedase porque sabía que lo haría. Soy demasiado chico para decir esas cosas. Así fue la despedida del mejor Año Nuevo de mi vida.

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