domingo, 1 de enero de 2012

Capítulo 18.

Bajamos al andén que llevaba a Puerta del Sur.
Señalé Tribunal y Plaza de España.
-¿Rojo o Azul?
-¿Qué?
-¿Qué prefieres? ¿El rojo o el azul?
-Me da igual.
-Jo. Elige tú. -dije yo, cuando miré al anuncio que estaban poniendo en uno de los carteles de led rojo: A partir de las 21 h, no se efectuará parada en Sol. -Vale...
-Vamos a la roja.
-Sí porque no habrá paradas dentro de 5 minutos. -reí. Entonces noté que me miraba fijamente; no me ponía tan nerviosa como siempre me pasaba. ¿Eso significaba algo? Vino un vagón y nos metimos. Miraba como las paradas pasaban lentamente, entonces llegamos a Alonso Martínez.
-Salimos en esta.
-Pero, ¿no íbamos a Plaza España?
-Estoy improvisando. -sonreí pícaramente, o eso intenté. Subimos las escaleras corriendo y bajamos al andén de la línea 4 que llevaba a Pinar de Chamartín.
Pasamos las tres paradas hasta llegar a Velázquez y enseñar en que edificio me había basado para escribir mi obra Amor entre Lienzos, también le enseñé todos aquellas formas arquitectónicas que me encantaban, aunque solo fuera un balcón o una enorme casa que estaba derruida. Y así fuimos bajando por una de las calles perpendiculares de Velázquez hasta Recoletos, mirando todas las cosas que había tan preciosas en Madrid.
"Seguro que le aburren todas estas cosas que le enseño. Seguro que piensa que soy una lunática o, peor, que soy aburrida y sosa." pensé. Pero me daba cosa preguntarle.
Bajamos todo Recoletos hasta que llegamos a Cibeles. Durante el trayecto, Rubén buscaba un bar donde vendieran tabaco. Pensaba que estaría menos enganchado.
Por fin llegamos al edificio de la Metropolis y allí fuimos en dirección Montera. Recuerdo que la última que estuve allí, sin ser el de los piercing, cené en un kebap barato con Adolfo, una etapa de dos semanas (o menos) que ya no me importa; bajamos hasta el local del kebap y allí tenían una máquina de tabaco. Y mientras entregaban la cena a Rubén, yo le compré un paquete de Marlboro. Cuando lo sacaba alguien me tocó por detrás, cuando vi a Rubén pensé: "No debe gustarle mi culo, ni siquiera lo ha rozado."
Y empecé a abrir el paquete con cuidado, quité los papeles y todo lo demás. Le pedí el mechero y me encendí uno.
Después de encenderme el cigarrillo de salir de aquel garito, Rubén con la comida en dos bolsas.
-Que frío hace. -comenté. -Tengo las manos heladas.
-Pues dame una. -no sabía qué hacer. Al final, él solo la cogió y fue calentándomela de camino a Plaza de España. El corazón me latía muy rápido.
-¿Dónde nos sentamos a comer?
-Donde quieras.
-Encima que te doy a elegir. -me enfurruñé. -Pues hala, aquí.
Me senté en un de los bancos que pillé, abrí mi kebap y le di un buen mordisco. Y estaba calentito, cosa que hacía que mis manos no sufriesen tanto. Luego tomé la tartera metálica que tenía dentro las patatas fritas mientras me reía de los trozos de comida que se le caían, era un desastre.
-Yo creo que les falta un poco de sal.
-Exacto.
-Pero están calientes y están comibles a medias.
Cuando nos terminamos la cena, se intentó encender un cigarrillo.
-Rubén.
-¿Qué?
-Que no fumes.
-¿Por qué?
-Porque no. -acercó su cara a mí, creía que me besaría al acercarse tanto.
-¿Por qué?
-Porque no. -volví a responder.
-Dime porqué, va.
-Porque ya llevas dos cigarrillos.
-¿Y qué? -dijo totalmente indiferente. -Es el de después de cenar e imperdonable.
"No fumes tanto, me preocupas." pensé pero no se lo dije.
-Venga, déjame. -insistió.
-Toma. -le di el cigarrillo. Entonces mientras terminaba de encenderse el cigarrillo, me acerqué a tirar la basura. -Vamos.
-¿No me vas dejar fumarme el cigarrillo sentado?
-No. -entonces le esperé mientras movía el trasero del banco. Con la excusa del frío, cogí su mano y la tuve cogida durante todo el paseo que dimos cerca del Palacio Real. -Te voy a enseñar la casa de vino.
-¿La casa de vino?
-La llamo así porque es de color vino. Es muy bonita, ya verás.
Cuando llegamos a la esquina de la Catedral de la Almudena y vimos la alzada del edificio comentó:
-Sí que es bonito.
-Una vez, cuando paseaba por aquí, me imaginé una historia de amor en esos balcones.
-¿Cuál? Cuéntamela.
-Es una chica madrileña que se enamora de un italiano pero ésta es obligada a casarse con un madrileño de clase media-alta. Y, varias noches después de que se casan, su esposo la toma por la fuerza, esta se lo cuenta a su amado, él le promete que irá a salvarla pero, va pasando el tiempo y el amado no vuelve. Ella, después de ser brutalmente tomada, se tira desde el balcón al ver que su amado no vuelve a por ella.
-Es preciosa pero triste.
-Claro. -expliqué. -Es mi mejor género, la trágicomedia romántica. Aunque esto es solo el esquema que llevaría.
Seguí paseando con su mano agarrada a mí. Le guié por la calle del Codo, diciéndole algunos lugares que conocía. Luego volví a improvisar y callejeamos un poco y, aunque estaba segura que debía pensar que era un tostonazo de chica, me lo estaba pasando genial. Estaba cumpliendo uno de los objetivos que había puesto en mi lista.
Seguimos perdiéndonos entre aquellas calles de ladrillo rojo y antiguo; entonces, acabamos en un lugar donde había unos borrachos y me asusté; eso hizo que me acercara mucho más a él. Me sentía protegida por él. Acabamos en la Plaza Mayor, yendo juntos y, de pronto, los petardos me sobresaltaron, haciendo que volviera mi fobia a aquellas cosas que una vez casi me explotan en la cara.
-¿Qué pasa?
-Que me dan miedo los petardos.
-¿Y eso?
-Casi me mata uno.
Le conté toda la historia y, a modo de respuesta, me acercó más hacia su cuerpo y el corazón volvió a palpitarme raudo. Y su olor me embriagó, ¿cómo podía desarmarme tan fácilmente? Ponía en peligro lo que yo ya había ensayado, predicho y argumentado de mil manera distintas.
Salimos por una de las calles que llevaba a Sol, habían empezado a acordonar esta zona y la gente que había por las cercanías estaba borracha así que volví a improvisar. Le saqué por una calle en la que no había un mar revuelto de gente y subimos para arriba, ya no sabía dónde estábamos pero me daba igual; él estaba allí conmigo y no me importaba nada más.
De pronto, una galería de arte me llamó la atención, no estaba abierta pero sí iluminada y, presidiendo su escaparate izquierdo, había un cuadro de una hija besando a su madre en los labios.
-No hay nada eterno. -comenté mirando con pesar el cuadro. -Salvo el amor de una madre a sus pequeños.
-Ufff. -bufó. -Mira cuanto cuestan. Son caros.
-Yo los compraría con gusto si tuviera dinero.
Seguimos adelante hasta llegar a una parada de metro Antón Martín. Nos metimos dentro y bajamos al andén con dirección a Pinar de Chamartín. Eran las 23:43 cuando llegó el vagón en el que unas jóvenes de Francia se habían emborrachado y cantaban una canción que no entendía. Tres paradas después nos encontrábamos solos en nuestro vagón. Él miraba fijamente mientras bebía la última lata de Coca-Cola. El viaje fue otro intento de comunicación pero yo sólo decía que me dolían los pies y que no me apetecía caminar. Cambiamos de tren en Tribunal, entonces recibí un mensaje que daba la entrada del nuevo año de Jordi.
-¡Que simpático!
-¿Quién?
-Jordi, me ha mandado un mensaje de año nuevo. -guardé el móvil en el bolso porque no tenía saldo para contestar a mi amigo. Entonces, mientras entraba el aire de un tres que se acercaba, me besó. Yo, a pesar de lo tímido que estaba, sabía que era lo que quería. Y esto trastocó el plan de tal forma que ya no podía dar marcha atrás.
Subimos al tren de la línea 10 que nos llevaría de vuelta al coche y de allí al Buddha. Pero cuando subimos las escaleras de Cuzco y entré en su Ford Focus de color oscuro. Me senté, estiré las piernas sobre la guantera.
-¿Qué te pasa?
-Que estoy cansada. Si quieres ir al Buddha te guío pero me quedo en el coche.
-Entonces no vamos.
-Como quieras. -pero pensaba que se aburriría estando conmigo a solas. Encendimos un cigarrillo y lo fumamos despacio. Él me acariciaba y me cogía de las manos para darme calor. Entonces decidí darle un pequeño regalo por Año Nuevo. Me quité el abrigo que llevaba, a pesar del frío, y me quedé en el vestido de tirantes negro.
-¿No tienes frío? -preguntó él con un tono preocupado.
-No. -respondí. Mi cuerpo podría estar frío pero no mi corazón que había empezado a calentarse por él.

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