miércoles, 17 de julio de 2019

#36

Ella se echó hacia atrás. Tenía un pedo de la leche y sólo podía ver su rostro entre las tinieblas de la noche. Un rostro que le hubiera gustado volver a ver de verdad, no en los recuerdos difusos de la noche y el alcohol. No había podido sacarlo de su cabeza y sabía que no podría.

Y allí estaba su rostro de nuevo, envuelto en las lágrimas que se asomaban de sus ojos; como si tuviera niebla que le rodease. Le echaba tanto de menos. Como el rizo que se le formaba en torno a los labios cuando hablaba o fumaba. Parecía tan absolutamente real que daba miedo.

–Estás aquí de nuevo –señaló ella–. Una nueva visión de lo perdido. ¡Qué gracia!
–¿De nuevo?
–Sí. Siempre te da por aparecer en mis momentos más sensibles.
–Creo que es la primera vez que vuelvo a verte desde entonces.

Se quedó perpleja ante la contestación de él. Su visión le había estado acosando tanto que no se daba cuenta de que él estaba allí de verdad.

–Tú… –ella no pudo evitar a echarse a llorar, mientras la gente la observaba esperando al autobús. Todos los sentimientos que creía rotos no podían evitar que se sintiesen florecer desde las entrañas de su cuerpo–. ¡Dioses, te he echado tanto de menos!

–Yo también lo he hecho –respondió él, acercándose despacio. Ella se puso de nuevo recta y se tiró sobre él con un abrazo; un abrazo que podría haber triturado espadas y traspasado escudos; un abrazo del que nadie podría separarla.

–Dioses, he querido escuchar eso tantas veces… He deseado tantas veces que estuvieses aquí, a mi lado. He deseado tantas veces volverte a ver, tocarte y verte sonreír. He echado de menos tu olor, tu tacto y hasta tu forma de caminar.

Se quedó callada porque se daba vergüenza. Se separó y no pudo evitar mirarle de nuevo, con el rostro lleno de alegría.

–He estado esperando a que tú dieses el paso, a que te acercases a mí…
–Yo he echado de menos pronunciar tu nombre.
–Hazlo. Di mi nombre.
–Raúl.

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