martes, 7 de abril de 2015

Duermes a mi lado y escapa el huracán de mi pecho.

La primera noche que dormí a tu lado, fue casi de casualidad.
Tu compañero de cuarto te había robado la cama de matrimonio que tus padres habían comprado, quería quedar bien con mi amiga aunque no necesitaba nada de eso puesto que ella le tenía ganas desde el comienzo de la noche.
—¿Te molesto? —preguntando con cierta incomodidad por el hecho de que estábamos en una cama individual—. Si quieres puedo dormir en el sofá, no me importa.
—No seas tonto —respondiste con las cejas aún mostrando el enfado que te ocasionaba pensar en tu compañero en tus sábanas—. Tú solo mantente quietecito hasta que termine el estúpido de Alberto.

Pronto, tu respiración se fue tranquilizando y me abrazaste fuerte, quedándote tranquila en tu media cama. Me gustaba la sensación que sentía mientras me encontraba entre esos brazos, sintiendo tus pequeños senos a través de la camiseta de algodón.
—Oye, ¿estás despierta?
—Mmmmf... A medias, ¿qué pasa?
—Es que me has abrazado y ni siquiera sé cómo te llamas.
—Pfff —resoplaste a medio camino entre un bufido minino y resoplido de toro bravo—. ¿Y para qué quieres saberlo?
—Curiosidad.
—¿En serio? —arrugaste la nariz entre las tinieblas rotas por algunos faros de coches—. En fin. Hola, me llamo Saray. ¿Ahora puedes dejar de dar la tabarra?
La verdad es que fuiste tan borde que me dieron ganas de echarte de la cama y mandarte al sillón; menos mal que tenía más autocontrol que ahora.
—¿No tienes curiosidad por quién soy?
—El pibe que no me deja dormir ni aunque mañana tenga que madrugar.
—Realmente eres una bruta —respondí realmente frustrado, pensando que no te gustaba.
—A ver, quién eres —volviste a resoplar.
—Soy Mario.
—Bien, Mario, ahora creo que es momento de que me dejes dormir.
Me giré hacia a ti, acabando con la cara pegada a la tuya. Sin decir una sola palabra, me acerqué y planté un beso en los encarnados labios que posees. Nunca lo había hecho pero todo con tal de que te dieras cuenta de que realmente deseaba estar en esa cama, contigo.
—¡Vaya! Haber avisado, Mariete.

La segunda noche fue meses después de la primera, reencontrándonos en un bar cualquiera de la ciudad. Tú bailando el rock de Metallica, con las cadenas, la falda y el pelo rebotando con cada saltito. Eras hipnotizante.
—Hombre, si es doña Déjame-dormir-pibe.
—Buenas noches, Mario.
¡Vaya! Sabías mi nombre. ¡Menuda sorpresa!
—Pensaba que me llamarías de todo menos por mi nombre.
—Hombre —te encogiste de hombros—, después de besarme y quedarte dormido, es normal. Nunca me había pasado que alguien al que le gustase hiciera eso —te echaste a reír—. Esta noche no está Alberto, así que podremos dormir más cómodos.
—Pero si ni siquiera hemos estrenado la noche.
—Sin embargo, prefiero que estrenemos mis sábanas nuevas, ¿o no te gusta el plan?
¿Cómo iba a decir que no?
Dejé que tirases de mí fuera del bar, me arrastrases hasta la parada del nocturno más cercana, te devolví un beso que me diste en aquella parada, me diste caricias, abrazos y risas. Habías cambiado pero no me importaba porqué. Sólo te quería ahí conmigo. Disfruté de cada entrega que me dabas.

La tercera fue en el momento en que decidí que si no me querías para algo más que los polvos ocasionales que disfrutábamos. Cierto es que era jugarme a todo a nada pero estaba deseándolo. Deseaba escuchar de tus labios que aceptabas la apuesta de que te amaba.
Y así fue. Así fue cómo empecé a compartir contigo la misma cama pero que no siempre era la misma.

Porque contigo siempre se duerme mejor

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si te ha gustado, si quieres comentarme qué es de tu vida.
¡Comenta!