martes, 26 de noviembre de 2013

#25

Ella estaba echada en la cama.
El alcohol le había afectado bastante, casi lo suficiente para solo soltar verdades.
Él se acercó a ella, se tumbó y acarició su rostro.
—¿Quieres algo?
—A ti —respondió parando su mano.
—Ya sabes que esto no va así —contestó él, levantándose de la cama y mirándola desde la esquina donde se había refugiado de los acusadores ojos dorados.
—¿Cuántas veces te vas a refugiar del amor? Ya sé que te hicieron daño —gritó ella al levantarse del colchón, haciendo que con su rabia las sábanas fueran al suelo. Unas preciosas sábanas de algodón en colores brillantes y coloridos—. ¿Te crees que a mí no?
Él se volteó con más miedo incluso. Ella se dispuso frente a él.
—¿Crees que no? —gritó ella y saltó por encima del colchón ahora desnudo. Cogió algo de los cajones y se lo enseñó—. ¿Crees que esta niña nació sintiendo que no era más que un trozo de carne?
Se acercó para mirar de cerca la foto. Era ella, de niña. Sonriente, de ojos miel y pelo castaño claro.
—A mí también me han roto y aquí sigo, poniendo todo el corazón en el asador para que alguien me lo rompa, para que alguien como tú me haga daño. Y seguiré poniéndolo porque deseo que el amor llegue a mi vida a pesar de lo que duele.

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