lunes, 26 de febrero de 2018

#34

Estaba sentada de nuevo en el mismo sitio donde todo se arrejuntaba, donde mis sentimientos solían salir a pasear.
Miraba al cielo, buscando entre las brillantes estrellas una respuesta a porqué tanto dolor concentrado en el mismo punto.
El día anterior había sido San Valentín y yo había negado mis sentimientos, me había negado a sacarlos a la luz, no tenía sentido desvelarlos y sentir que todo se rompía, todo se desmoronaba. ¿Por qué me había tocado a mí sentirme de esta manera? Yo que era cobarde, yo que me escondía de los sentimientos tan profanos como el amor.
—¿Y qué se gana amando? —recité al cielo, mirando fijamente a la Luna.
Lo único que había ganado era sentirme descarnada, arrancada de mi propio ser cuando la respuesta era el rechazo. Porque, ¿quién iba a fijarse en mí? Era enteramente mediocre y no relucía para nada; si pasaba al lado de alguien era enteramente invisible. Ni yo misma me fijaría en mí. ¿No era mejor morirse a secas? Total, yo ya era un fantasma. ¿Cuántas veces más me tocaría disfrutar de los dolorosos golpes de la vida?
Y ahora me tenía que enganchar de él, de mi jefe, de un hombre que me sacaba el doble de mi edad y el cual tampoco me percibía. Cupido es tan caprichoso...
Me llevé una mano al pecho y comencé a sollozar con fuerza, la vida era tan jodidamente ruin...
Sentía que no sólo el pecho me dolía, sino cada movimiento, cada latido, cada sollozo; dolía en lo más profundo de mi cerebro, dolía en lo más profundo de mi alma; algo dentro de mí se rompería tarde o temprano.
Lo peor era acabar necesitando hablar con él, aunque fuera para lo justo, aunque fuera para recibir una regañina; el mínimo contacto para conmigo era una fuente de placer y excitación que sólo debían sentir los perros frente a su amo. Cada día, saludaba y luego me acercaba a llevarle el café, hacer una charla banal y, al volver a mi sitio, me sentía totalmente eufórica. Así era mi juego, así volvía a rascarme la cicatriz.
Sin embargo todos sabemos que una herida no curada, puede llegar a enquistarse y, en la oscuridad de mi cuarto, todo supuraba desde esos sentimientos podridos. Quería ser más, quería ser mejor, quería que se fijase en mí, pero ya sabía que eso no pasaría. Así paso las noches, haciendo que todo supure para volver a arrancarme la cicatriz.

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